En la vieja redacción de Gremis, a tiro de piedra de la actual, había un cuarto que era casi un altar. Allí, en dos estancias ... poco más grandes que trasteros, estaba la fotocopiadora, enorme y ruidosa, la misma en la que la leyenda jamás confirmada decía que alguien había fotocopiado al perrillo de la directora en una tarde gamberra. Pero sobre todo había una habitación casi litúrgica: aquella en la que estaba la máquina que recibía los teletipos. Un trasto que imprimía todas las últimas horas y todas las noticias de agencia. El whatsapp y el Twitter de hoy en día hechos cachivache. En una época sin móviles y sin internet, aquel cuarto era uno de nuestros faros. De aquel sitio salía un tremendo estrépito cada vez que la máquina emitía un rollo de papel con lo último en Sucesos, Cultura o Deportes. Ahí no había orden ni concierto. Sólo el que impartían Ramonet y Miguelito, los dos ordenanzas que se encargaban de cortar los teletipos y llevarlos a la mesa de la jefa, María Consuelo Reyna, quien con un boli marcaba la sección a la que debían dirigirse: 'suc', 'cul', 'dep'... Las alertas del Linkedin me recuerdan que esta semana cumplo 24 años en LAS PROVINCIAS. Dos décadas en las que la profesión ha cambiado muchísimo. En aquellos días las redacciones estaban vacías hasta última hora de la mañana y repletas a medianoche. Eran mañanas de cafés con abogados y policías, comidas con jefes superiores, noches de copas con compañeros o fuentes, de confesiones y risas. Era un periodismo con las fuentes más cercanas, más humanas. Lógico cuando entonces quizás éramos cuatro o cinco medios en Valencia y hoy se reúnen decenas en cualquier noticia de cierta relevancia. El humo del hoy prohibido tabaco revoloteaba entre las mesas de los periodistas. En el cajón de alguno hasta llegué a ver yo una petaca («como los periodistas sufríamos tanto, teníamos que emborracharnos todos los días», ironizaba el maestro Gabriel García Márquez). Era un oficio más canalla, con más piel, quizás menos analítico que ahora pero con un pulso más cercano de la realidad.
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Anda el periodismo enredado en los últimos años en bailar el fandango de la rentabilidad de internet, entre algoritmos de Google, cifras de audiencia diarias cual 'share' televisivo y el pulso por lograr suscriptores. «Aunque se sufra como un perro, no hay mejor oficio que el periodismo», dijo también 'Gabo'. Y añadió: «Actualmente las salas de redacción son laboratorios asépticos para navegantes solitarios, donde parece más fácil comunicarse con los fenómenos siderales que con el corazón de los lectores». Ojo, que la sentencia es de 1996. Y yo creo que el periodismo sigue corriendo un riesgo de muerte: el del perder el pulso de la calle, la cercanía a los temas que de verdad preocupan a los lectores, más allá de un concepto económico o monetario. Esto nunca fue de hacerse ricos. 'Relatos junto a la hoguera' se llamaba el blog (qué prehistórico suena esto ya) que lancé hace ya más de una década. Hoy duerme el sueño de los justos. Quería representar el espíritu con el que nuestro antepasados se reunían junto al fuego para contar las aventuras de la última caza de mamuts, de la última trashumancia o los últimos chismorreos del pueblo. Y aquello era ya periodismo. Su esencia, la de contar historias con los pies en la calle y los oídos en los lectores. En mi 24 cumpleaños en esta casa, brindo por al menos otras dos décadas intentando contar relatos junto a la hoguera informativa del día a día.
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