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Dejamos un año convulso: la guerra de Ucrania, la tensión electoral, la crisis. «Precio» es, sin duda, la palabra del año: suben los precios, suben ... los precios. También «Zelenski». Pero el Diccionario Oxford ha elegido, como palabra del año 2022, el término «en modo duende». No sería raro, tras la diáspora china que se nos viene, que repita en 2023 y hasta en 2024. Estar «en modo duende» significa tener pereza y comportamientos antisociales. Si es perezoso y antisocial desde niño, vaya directamente al último párrafo: el «modo duende» tiene que ver con cambios de conducta ocasionados por la pandemia.
Hace dos años desayunaba, impecablemente vestido, sábados y domingos, a las ocho de la mañana; ahora se siente feliz en su viejo pijama, no importa la hora ni el día. Ha celebrado su cumpleaños en batín, intercambiando emoticonos de tarta y regalos con sus amigas. Cambia de acera al divisar a su vecina, o a un viejo amigo al que aprecia, pero no sabe por qué. En el bar de siempre, se cubre con el periódico para que no le molesten -y deja el bolso y un paraguas en la silla libre, por si acaso-. Se da atracones de series coreanas, subtituladas en japonés, al abrigo de la bata-manta que ha adquirido, como casi todo, por Internet. La prueba de fuego para saber si es un elfo pandémico: ha solicitado el teletrabajo no por el ahorro en gasolina, sino porque no puede vivir lejos de sus zapatillas. Sería absurdo dar por hecho que hemos atravesado indemnes -en el mejor de los casos- un confinamiento extremo, dos años de mascarillas, teletrabajo, restricciones en los encuentros sociales o el cierre total de comercios de la noche a la mañana. No hemos salido más fuertes de la pandemia, hemos salido en zapatillas de andar por casa -tras descubrir un modo de vida más relajado.
Además del «modo duende», que no es una tontería, la pandemia ha ocasionado la pérdida de millones de vidas en todo el mundo y graves consecuencias sociosanitarias y económicas. Por eso, el cambio de política en China genera alerta: tras decretar cuarentenas generalizadas y confinar supermercados -clientes incluidos- al detectar un solo caso, elimina las restricciones y abre las fronteras por la protesta social. El trato a los ciudadanos ha sido inhumano: en casa sin alimentos, sin vacunas eficaces; tarde ha llegado la rebelión. Sin embargo, abrir las fronteras sin haber generado inmunidad es irresponsable, a puertas de su Año Nuevo. El país, exportador de virus, ofrece información sesgada sobre los contagios, que poco tiene que ver con la realidad. Dado el riesgo, la opacidad debe tener respuesta.
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