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El mundo mira a China con temor y preocupación. Desde hace mes y medio la aparición del coronavirus ha desatado toda clase de alertas. Según las cifras oficiales ya se han detectado más de 6.000 casos desde que comenzó el brote, una cifra elevada que justifica desde luego este terror generalizado. Tenemos miedo a contagiarnos. Este pavor causado por enfermedades infecciosas deja al descubierto nuestra vulnerabilidad y nos une -que ya es raro- frente a la adversidad. Sucedió con el ébola o con el zika y ahora se repite con este mal que parte de Wuhan, que se manifiesta con fiebre, dolores de cabeza, tos seca y dificultad para respirar, y que puede provocar neumonía.
Ayer nos contaban cómo los españoles evacuados de la localidad asiática van a permanecer los primeros catorce días tras regresar a su país de origen aislados en un hospital de Madrid, con una planta entera destinada para ellos. Y no podemos evitar sentir desconfianza ante lo que pudiera ocurrir con su contacto. Lo mismo ha sucedido con la llegada del equipo de fútbol de Wuhan que, ya es casualidad, va a entrenar en Sotogrande. Y por más que el Ministerio de Sanidad y la Junta de Andalucía hayan asegurado que no presentan ninguna sintomatología del coronavirus su visita provoca suspicacias. La epidemia salta hasta las páginas de economía, donde nos cuentan que el pavor al impacto económico del coronavirus también contagia a las Bolsas. Y es que la previsión a un desplome del turismo chino y a un menor crecimiento en Asia ha hecho que se hundiesen las acciones de distintas empresas estratégicas.
El cine ha recogido este recelo colectivo en multitud de ocasiones y no debería extrañarnos que alguna televisión aprovechase estos días para programar una cinta con este argumento. A eso lo llaman don de la oportunidad. Steven Soderbergh firmó la película oficial para estos casos, 'Contagio', que está bien diseñada y ejecutada para meternos el miedo en el cuerpo, como si la propia realidad no lo hiciese suficientemente. En el mismo menú encajarían 'Estallido', 'Hijos de los hombres', 'Virus' o 'Doce monos'.
Ojalá este pánico se extendiese a otras amenazas que sacuden a nuestra sociedad y que nos generan menor inquietud, aunque no entiendo muy bien por qué. Escuchar los discursos incendiarios de algunos dirigentes de la ultraderecha en nuestro país produce también escalofríos, aunque estos se manifiesten de una manera no tan notoria. Pero el efecto contagio es similar. Solo hay que observar cómo se expresan diputados y concejales desde púlpitos institucionales a la hora de referirse a quienes piensan o aman diferente a ellos. No dudo de que siempre han opinado así, el problema es que ahora lo exponen con impunidad. Y el riesgo de propagación es perturbador.
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