
El templete de la música
MIGUEL APARICI NAVARRO
Lunes, 22 de agosto 2022
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MIGUEL APARICI NAVARRO
Lunes, 22 de agosto 2022
Me sorprendo de lo silenciosos que están siempre, cuando los hay, los templetes de la música en nuestras tierras levantinas. Curiosamente, tierra de músicos por ... antonomasia.
Circulares, poligonales..., con cubierta, como escenarios tejados..., con barandilla, en altillo...
¿No sería lo más normal verlos usados? Sobre todo, en mañanas de fines de semana o en tardes significadas. Como una gran tarta festiva, rellena de dulces y dirigidos intérpretes. Encamisados en blanco, o de azul, o con guerreras militarizadas.
Cada pueblo una banda y, a veces, dos; que eso es lo que tiene nuestra idiosincrasia hispana, aún en núcleos pequeños. Todos, eso sí, con magníficos esfuerzos económicos en haber levantado el 'musical'; edificio -muchas veces- polivalente en cuanto a cultura y como centro educativo y verdaderos palacios de la música en algunas de nuestras más rumbosas poblaciones, cuyo volumen y prestigio artístico así lo exigían.
Qué bien sienta al cuerpo del paseante ocioso o del transeúnte atribulado escuchar los sones de un pasodoble o una marcha... ¡Cuánta alegría y emoción! Eso lo sabemos bien los valencianos, que cada dos por tres gozamos de pasos de comisiones falleras, de desfiles de la milicia o de procesiones de santos.
Sin embargo, y pese a nuestro magnífico clima, es más fácil asistir a un concierto en la plaza dentro de un pueblo del centro o del norte europeo que en nuestras propias latitudes.
Cuántas veces, viajando y paseando por parques de pequeñas ciudades europeas, nos hemos detenido ante un escenario municipal para atender los acordes de la banda local ofreciendo a sus vecinos una degustación de sus armonías. Y hemos visto al público, circunstancial o acostumbrado, yacer cómodamente sobre la hierba verde, frente o en torno a los intérpretes. Y premiarles, a cada buen hacer, con unos aplausos.
¿Tienen acaso, por ejemplo los ingleses, más gracia y salero que los veteranos y los educandos en España para ofrecer un espectáculo ameno y refinado al aire corriente, siempre tan de agradecer?
Pues allí están ellos, entregados a sus paisanos. Silentes, cómodos... estos, a la espera de la siguiente pieza. Adaptados al escaso sol e, incluso, a la sobrevenida previsible llovizna.
En cambio, se diría que a nosotros parece gustarnos afinar el oído dentro de confortables y acústicos salones de actos. Quizás porque nuestros parques ciudadanos son menos anchos y solemos tener más encima el molesto tráfico rodado. O porque somos menos paisajísticos y estamos más a que la familia en pleno nos acompañe y que cada actuación sea un momento crítico académico. ¿Pues no tenemos ya bastante barullo musical cuando andamos con los instrumentos a cuestas, ¡que ya es esfuerzo de legionario!, por las calles de las barriadas?
No obstante, permítanme que siga añorando ratos de solaz ante un templete.
Esos que, afortunadamente conservados aún en bastantes municipios, utilizan algunos consistorios como 'arquitectura' ornamental (al tono modernista) y les hacen cumplir alguna misión: subiendo a ellos a los niños en los juegos educativos con sus monitores o como pantalla expositiva local de circunstancias, con apreturas de paneles y colgaduras.
Es más fácil hallar hileras de sillas plásticas colocadas en los atardeceres de, eso sí, semanas de fiestas locales para un concierto 'programado'; en un escenario cuadrado y tecnológico que, a la madrugada, volverá a ser utilizado por actuaciones sonoras iluminadas y altavozadas.
No podemos olvidar los últimos años decimonónicos y los primeros de nuestra pasada veintena centuria en que los conciertos vespertinos (las veladas musicales) eran tan apreciadas. Especialmente formando en ellas las bandas y músicas de los regimientos o unidades presentes en cada plaza o cantón militar. Con el gesto popular del Capitán General o del Comandante Militar, regalando con un completo y alegre repertorio a sus conciudadanos, en ocasión de fastos, visitas, patronazgos y conmemoraciones. Añadiendo el llamativo colorido de uniformidades y banderas, que tan bien han sabido copiar las organizaciones ciudadanas con sus clásicas guerreras y gorras de plato y sus abanderamientos, repletos de enorgullecedoras corbatas de premios y certámenes.
Insisto..., qué grata sorpresa anímica sería encontrarse a los niños y adultos (esforzados simples estudiantes y operarios varios) tocando sus instrumentos en el templete del pueblo para todo pasante, como si de un ejercicio al aire libre o de 'excursión al campo' de los músicos se tratara.
Tal vez esté en manos de las Excelentísimas Diputaciones, siempre valedoras de nuestras bandas ('Retrobem la nostra música'), promover e impulsar las actuaciones sorpresivas y aleatorias sobre nuestros clásicos y encantadores templetes de la música.
Pues no sólo de 'plazas' de toros deberían de presumir las audiciones populares.
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