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No me suelo abonar a la nostalgia, encuentro poco útil frecuentarla porque tendemos a distorsionar el pasado y a rememorarlo mejor de lo que realmente fue. Eso no quita para que, de vez en cuando, eche la vista atrás y me detenga a repasar los Mikel que he sido y a ordenar los acontecimientos que me han llevado al que soy en la actualidad.
Conviene manejar con cuidado cualquier tentativa de recrearse en épocas pretéritas, para evitar que se convierta en práctica de alto riesgo y no acabar colgado de los recuerdos. Las visitas al pasado, como las comidas familiares, mejor si son breves. Que sirvan para tocar suelo y no terminen en debacle emocional.
No sé si por la vena melodramática o por mi gusto por la cultura, pero tiendo a dividir mi vida en actos, como si se tratara de una obra teatral que necesitase separar en partes. Aunque yo me pierda entre bambalinas y sienta vértigo si me asomo al proscenio.
Todos nos hemos topado con puntos de inflexión que nos han obligado a parar en algún momento, o que han actuado como revulsivo para darle la vuelta a todo y empezar de nuevo la partida, pero con la ventaja que da la experiencia. Puede ser un encuentro, una ausencia, una llamada, una ruptura, una enfermedad, una oferta. Por más que a veces se intuya, uno nunca sabe con certeza aquello que será determinante de verdad, que dejará poso, que no se desvanecerá como un fuego artificial.
En mi caso fue la llegada a València, que iba a ser un lugar de paso y se reveló como el destino en el que más años llevo pasados. Hay ciudades que no estaban previstas en tu mapa, que se te cruzan y te atrapan. Y a mí me sucedió con València.
Yo venía de un primer acto en mi vida en un Norte al que nunca he renunciado, en el que todo transcurre con más calma, con más cautela, con mayor precaución por las repercusiones y por la reacción de los demás. Fueron los años del descubrimiento, de las primeras veces, de las dudas, de los errores que supones insalvables, y de las decisiones tomadas desde la ingenuidad. Soy de los que piensa que influye en nuestro carácter la tierra de la que partimos, que no es lo mismo criarse entre montañas que entre rascacielos, con el mar rondándote a la vuelta de la esquina que rodeado de asfalto, con el sol alumbrando tus días que si a estos los empapa la lluvia. Uno es mucho de lo que ha pisado, lo que ha respirado, lo que ha sorbido. Y todo deja surcos a los que no puedes ni debes renunciar.
Eché el telón y una vez lo volví a levantar apareció València. Más luminosa, más anárquica, más imprevisible. Y con ella vinieron las oportunidades, las nuevas normas, las personas que antes no existían y sin las que ya no sabes estar. Y lo que iba a ser algo transitorio se reivindicó como hogar.
No he podido evitar reflexionar sobre todo esto, ahora que estoy a punto de comenzar el tercer acto.
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