
La tercera vía del aborto
BELVEDERE ·
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No hay debate entre las partes, no se busca llegar a un acuerdo, sólo hay un intercambio previsible de posturas inflexiblesEl mal llamado debate sobre el aborto reaparece regularmente en España y arrolla siempre cualquier posibilidad de entendimiento, de acercamiento entre las posturas enfrentadas, de ... búsqueda de soluciones definitivas y no sometidas al zarandeo habitual de los cambios en el Gobierno. A Alberto Núñez Feijóo lo están tratando de linchar, a izquierda y a derecha, por adentrarse por una vía que no digo que sea la correcta pero que al menos no se queda en los terrenos de siempre, los de los unos y los de los otros. Pero ya se sabe que las terceras vías en España están condenadas a sufrir la incomprensión cuando no la abierta hostilidad de los dos bandos en conflicto. Y que vivimos tiempos en los que la moderación está mal vista.
No es sólo por ser católicos el que a muchos nos repugne el aborto. Donde algunos ven un derecho, otros sólo sufrimos ante lo que es un crimen, el que se comete contra el niño no nacido, el ser más indefenso de esta triste historia. Nos duele la vida que se pierde y nos indigna el que se haga bandera progresista y feminista de lo que no deja de ser un fracaso, el de la mujer que se ha quedado embarazada pero no quiere tener a su hijo. Resulta por ello totalmente incomprensible que cada reforma legal que se ha aprobado para facilitar el aborto haya sido saludada con ovaciones, abrazos y grandes sonrisas entre las proponentes. Como si hubiera algo que celebrar, como si acabaran de ganar algún título deportivo. Cuando la inmensa mayoría de las personas que han tenido que abortar -por el motivo que sea- sabe que es un trauma, un momento crítico en su vida, un trago muy amargo. La frivolidad de convertir una ley abortista en una fiesta tan sólo retrata a los que participan en un aquelarre que desprecia el valor de la vida humana.
Pero decía al principio que el debate sobre el aborto no es tal porque en realidad casi nunca se debate, no se plantean posturas abiertas a las aportaciones del otro, no se intenta ceder un poco para alcanzar un acuerdo siempre deseable en cualquier ámbito. Y así, quienes se muestran radicalmente contrarios a la llamada «interrupción voluntaria del embarazo» apenas ofrecen alternativas cuando les pregunto sobre qué ocurriría entonces en el caso de que tuvieran mayoría parlamentaria y pudieran imponer su visión del problema. ¿Regresaríamos a la legislación anterior a la primera ley del aborto? ¿Volveríamos a incluirlo en el Código Penal como en los años cincuenta, sesenta, setenta...? ¿Juzgaríamos, condenaríamos y meteríamos en la cárcel a aquella mujer que se pudiera demostrar que ha abortado? ¿Tendrían por tanto las que quisieran hacerlo que marcharse al extranjero para buscarse una clínica donde abortar ya que la sanidad española no les podría ofrecer dicho servicio médico? ¿Reaparecerían las clínicas ilegales en los que de forma chapucera, sin las mínimas garantías, se practicarían abortos? ¿Es ese el escenario poco grato y nada deseable al que queremos retornar? Porque una cosa es lo que a muchos nos gustaría -que no se registraran más abortos en España- y otra muy distinta lo que sabemos que va a suceder, a pesar de la educación sexual en los colegios y de la facilidad con que se puede acceder a métodos anticonceptivos.
Lo que dijo Feijóo es lo que algunos pensamos que es la mejor solución para un problema real que requiere de menos palabras altisonantes y de más voluntad de entender al contrario. Y se basa en dos ideas: por una parte, despenalizar el aborto, lo cual impide volver a esa etapa anterior en la que el aborto era un artículo del Código Penal; y por la otra, y aunque sólo sea una cuestión conceptual, dejar claro que el aborto nunca puede ser un derecho fundamental. Porque el niño que crece dentro del vientre materno no es una víscera, un órgano extirpable, un poco o un mucho de grasa que se puede tirar al cubo de la basura tras una liposucción. Es un ser vivo, un proyecto de persona con derechos que son violentamente vulnerados.
Supongo que a los convencidos de un lado y del otro este texto no les habrá gustado, que me acusarán de moderadito o de rendirme a la corrección política que entre otros muchos aspectos impone también aquí su modelo social. Pero me gustaría al menos que sirviera para fomentar un verdadero debate sobre el aborto, no el intercambio habitual de descalificaciones, prejuicios y axiomas irrebatibles que nos regalan las dos partes en conflicto permanente. Y que sólo se ponen de acuerdo para atizar a los partidarios de una tercera vía.
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