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Así ha quedado el bingo de Valencia arrasado por el incendio

El texto y el contexto

ROSEBUD ·

Antonio Badillo

Valencia

Lunes, 23 de noviembre 2020, 07:41

Tiene que haber otra forma de hacerlo, seguro que sí, echémosle una pensada. Trataré de explicarme antes de que me llamen mojigato en el mejor de los casos. Partamos de una saludable premisa: por suerte los tiempos de monsergas y moralinas quedaron atrás y cada vez menos reductos sociales necesitan bolitas de alcanfor. Pero la aceptación colectiva de un mensaje no implica descuidar la forma de transmitirlo. Igual que nunca envolveríamos un regalo en papel de estraza, la comunicación siempre será más eficaz si acertamos en el tono. Vamos a los hechos.

Comenzaré remontándome a hace dos años, cuando aún paseábamos sin mascarillas y los besos no eran armas de destrucción masiva. ¿Recuerdan la exposición de Antoni Miró en el puerto? Apuesto a que sí; aquel acero labrado con maestría, sus escenas eróticas de plasticidad exquisita... La Marina las acogió a pares, una docena de ellas poblando los muelles, sin que nadie reparara en que no a todo el mundo le apetece dar un garbeo dominical con los niños y la abuela entre sugestivas escenas de sexo explícito. Están muy bien olvidados los años de contención hipócrita, y las peregrinaciones a Perpiñán en busca de lo prohibido, y los posteriores sorbitos de tonificante destape en formato VHS, pero digo yo que habrá un punto medio entre el puritanismo recalcitrante y convertir un espacio público de ocio familiar en esmerada recopilación de grandes éxitos del Kamasutra. Démosle al play y avancemos hasta hace unos meses. Llega el Día del Orgullo LGTB y la forma en que Valencia apuntala el respeto a la diversidad sexual es empapelándose con un académico eslogan: 'Molt més que clòtxina i xufa'. Vaya sutileza, oiga, no hay estereotipo que resista tal pedagogía. Imagino a los niños con la abuela a bordo de uno de esos autobuses rotulados para la ocasión y su llegada al final del trayecto imbuidos de tolerancia tras tan delicada llamada a la introspección.

La provocación traza una línea recta hacia el éxito, pero debe de haber otro modo de hacer las cosas

El tercer acto del sainete nos trae al presente. Para combatir el cáncer de la violencia machista, los inspirados munícipes de El Verger ven la apuesta de Ribó y la doblan. Así han conseguido que la abuela y los nietos callejeen estos días entre un instructivo «quisiera ser vampira para que me clavaras esa pedazo estaca» y el no menos edificante «xiquet, si estàs malalt la meva clòtxina és medicinal», dale que te pego con el preciado molusco, seguramente por su aporte vitamínico. El 'Virgo de Visanteta', puro gongorismo al lado de la oratoria de los señores ediles. Sabemos sin necesidad de recurrir a Aristóteles que en marketing la provocación traza una línea recta hacia el éxito, pero vuelvo al origen; debe de haber otro modo de hacer las cosas. A ambas campañas, justas y necesarias, les falló el texto -confuso además de formalmente inadecuado-, como a la magnífica muestra de Miró el contexto. No hace falta ser contemporáneo de Elena Francis para entenderlo, sin que eso justifique el vandalismo que arrasó los carteles de El Verger, conducta propia de la más rancia censura.

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