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No sé a ustedes pero a mí la espiral de amenazas de muerte por correo acompañadas de balas, el uso político de tan condenable patraña y la virulencia verbal que ha desempolvado episodios siniestros de nuestra historia contemporánea, sólo me genera que desazón e impotencia. Impotencia al ver cómo, los que deberían preocuparse por los verdaderos problemas de la ciudadanía, están entregados a estrategias y maniobras electorales que pasan como una apisonadora por encima de los intereses de quienes representan.
Al hartazgo vivido por este eterno año de pandemia que llevamos a nuestras espaldas, le debemos sumar el hastío por la bajura política de algunos que deberían estar dejándose la piel por solucionar la avalancha de problemas que ya tenemos y la que se perfila en el horizonte. Ni hemos zanjado del todo la pandemia -como bien sabemos, incontrolable y desconcertante-, ni tenemos todavía claras las consecuencias económicas que pueden acarrear este año y medio de parálisis. No es difícil adivinar que costará subsanarlas y convivir con ellas, y que ese será el principal escollo a afrontar los próximos meses. La vacunación total será el alivio, pero la reconstrucción económica que deberemos acometer tras lo vivido es el gran reto que deberíamos estar afrontando ya de forma paralela.
La sensación, sin embargo, es que no está siendo así. En la Comunitat, Ximo Puig y su Consell, en cuyo seno las discrepancias a nivel económico son evidentes, van a tener (tienen ya) varios sapos que tragar. El primero y más preocupante: solucionar la enorme bolsa de desempleo que arroja datos desalentadores, como que uno de cada tres trabajos destruidos en España durante el primer trimestre del año se produjo en la Comunitat. Un triste liderazgo, frente a Madrid y Barcelona que crearon empleo. Lo peor de ello es que en el mañana se dibujan situaciones inquietantes, como los ERE de Caixabank o Ford. O el temor a que la esperada recuperación del turismo, que representa un 15% del PIB y cerca de 300.000 empleos en la Comunitat, sea más lenta de lo esperado y atada a la incertidumbre. Y eso que ya lastra 11.000 millones en pérdidas del pasado año.
Por datos como esos, que son aún más dramáticos cuando vamos a la letra pequeña y vemos que tras esos números hay una multitud de jóvenes con el futuro hecho añicos o mayores de cincuenta años condenados a vivir de subsidios, se hace más incomprensible algunos enroques ideológicos en el seno del Consell, cuya consecuencia es la parálisis del desarrollo de la Comunitat. Lo dice, por ejemplo, el presidente de la CEV, Salvador Navarro, que califica de 'kafkiana' la posición del conseller de Economía respecto a la ampliación del puerto. «Si esa inversión desaparece, nuestros sectores, que son los que debería estar protegiendo, van a perder competitividad».
Las lícitas discrepancias dentro del Botánico en materia económica no se pueden traducir en un freno al empleo y al desarrollo de esta Comunitat. No vale todo, es cierto; pero tampoco se puede dinamitar todo. De momento, es lo que está sucediendo. Lo peor, el propio Navarro lo apunta en la entrevista de Isabel Domingo, es que existe la sensación de que no se están haciendo los deberes para agilizar lo que será la otra vacuna contra el coronavirus: los fondos europeos. «Hay alcaldes que te lo dicen: si yo mañana recibo mil millones, no los puedo gastar porque la legislación es la que es». ¿En qué andamos? ¿Dónde están los vacunódromos para agilizar la ayuda de la UE?
Nuestra economía no está para disputas y reyertas políticas. Ni para violines ni milongas. Está para soluciones urgentes y ágiles. Tener 1,2 millones de hogares en España con todos sus miembros en el paro es algo, sencillamente, desolador.
Es domingo, 2 de mayo. En el momento de mayor descentralización, Madrid lo centrifugó todo.
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