Tiempos difíciles
GRANDES ALMACENES ·
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GRANDES ALMACENES ·
Para ser políticamente correcto hay que utilizar en la actualidad un sistema de pesos y medidas muy complicado y no infalibleCada vez está más liada la situación. Afganistán, los talibanes, Cuba, Nicaragua, Kim-Jong-un, Venezuela, Putin, la frágil unión europea («Europa está en peligro», afirma Borrell), el comunismo chino, Bildu, el paro, las pensiones, los populismos de diverso signo, el independentismo, bajar o ... subir los impuestos, ¿crecer o decrecer?, la pandemia, las centrales nucleares, el precio de la luz, el feminismo clásico no se lleva bien con los colectivos trans (y viceversa), el cambio climático, la revolución tecnológica...
Por no hablar del lenguaje inclusivo. Los principales retos del idioma para una comunicación inclusiva en cuanto al género son la confusión entre género gramatical, el género sociocultural y el sexo biológico. Pero no ha surgido aún una normativa clara en ese terreno, con el lío de las vocales a, o y e (las vocales i y u, pobrecitas, no crean ningún problema). El lenguaje no sexista utiliza los términos tanto en masculino como en femenino (a esto se le conoce como 'desdoblamiento'), o emplea el impronunciable símbolo de la arroba (@).
¡La a, la o, la e, la @! Ese es un falso problema. O un problema menor, a la espera de normas claras y bien pensadas. El verdadero machismo del lenguaje se encuentra, persistente desde su origen, en el significado que la costumbre social da a determinadas expresiones. Por poner ejemplos conocidos, 'algo cojonudo' es algo magnífico, y 'un coñazo', algo pesado; 'un hombre de la vida' es un hombre emprendedor que se ha hecho admirablemente a sí mismo, y 'una mujer de la vida', una prostituta.
Menuda época. Muy complicada, con demasiados flancos y todos ellos inciertos. Para intentar ser políticamente correcto hay que utilizar en la actualidad un retorcido sistema de pesos y contrapesos, impreciso y no infalible. Pisamos un suelo inseguro. Encontrar el camino acertado no es una tarea fácil. Nunca lo ha sido, pero en el ámbito de la buena conciencia social, todo era más sencillo hace 30, 40 o 50 años.
Entonces las cosas eran blancas o negras. Ahora tenemos que elegir entre el gris marengo, el azul mediterráneo, el rosa pálido, el verde esperanzador, el discreto marrón, el ambiguo amarillo... Antes había buenos y malos. Ahora hay escépticos, irónicos, negacionistas, gente que matiza y duda, personas que hoy sueltan una ocurrencia y mañana otra muy distinta, seres que llevan la contraria por sistema...
¿Cómo combatir la confusión?
No existen recetas seguras. Nada hay concluyente, ni en España ni en Canadá. Busco el apoyo de pensadores sabios. «Se mide la inteligencia del individuo por la cantidad de incertidumbres que es capaz de soportar» (¡gracias, Immanuel Kant!); «Mucha infelicidad ha llegado al mundo a causa del desconcierto y de lo que no se dice» (genial Dostoievski: ¡lo que no se dice!); «Una perfección de medios y una confusión de objetivos parecer ser nuestro principal problema» (lo dijo Albert Einstein hace un siglo); «Para todo problema humano hay siempre una solución, fácil, clara y equivocada» (Henry-Louis Mencken, escritor norteamericano poco conocido en España); «Cuando el agua te llega al cuello, no te preocupes si no es potable» (del siempre divertido Stanislas Lew).
Nos enfrentamos a problemas nuevos en una época con muchos trampantojos. En cualquier caso, en nuestros días casi todos estamos más preocupados por poner nuestra lavadora a la hora correcta que en ser políticamente correctos.
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