Tiritas
RAMÓN PALOMAR
Jueves, 30 de noviembre 2017, 08:50
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RAMÓN PALOMAR
Jueves, 30 de noviembre 2017, 08:50
De chavalín, arrebatado por las novelas de aventuras que distraían mi infancia, o sea Karl May, Salgari y Julio Verne junto con tebeos a todo color del Capitán Trueno, entusiasmado por películas de género bélico en riguroso blanco y negro como la magnífica 'Objetivo Birmania', el futuro sólo se me antojaba allá en la disciplina cuartelera. Mis amigos se decantaban por lo habitual. Según la temporada, basculaban entre optar por ejercer de astronauta o de bombero. Yo, en cambio, lo tenía claro: quería ser militar.
Pero no se crean que aspiraba a oficial tras pasar por la academia. ¿General? Qué ingrato rollazo. Lo que me seducía era el barro de la trinchera, compartir el rancho con el herido, el fragor de las bombas estallando sobre la cabeza, el compañerismo heroico al soportar un ataque banzai, disparar la metralleta camuflado entre el follaje contra el pérfido japonés como aquel gallardo Errol Flynn. Todo eso se me antojaba el colmo de la diversión. En nuestro próximo Expojove contaremos con participación militar. Pero claro, con esta izquierda buenista y tontiloca, los pequeñuelos, me temo, no podrán alucinar con un seductor tanque. Los militares acudirán a Expojove para hablar de los alimentos en zonas de emergencia. O sea que se verán condenados a asumir su papel de chicas de la Cruz Roja disipando los estragos del prójimo mediante tiritas. Menudo tostón. A esas edades tempranas lo que hidrata la imaginación es una jugosa ametralladora, el resto supone un muermo. Lo que no entiendo es el motivo por el cual nuestros militares se prestan a esta castración. Extirpan el tono bizarro del ejército para cumplir con la aplastante losa de lo políticamente correcto. Un desastre. De pequeño, en efecto, yo aspiraba a convertirme en militar. Naturalmente, de mayor, me apunté a la objeción de conciencia.
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