Toallas, laberintos y falta de amigos
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Está el Botánico de mírame y no me toques. Si cada uno está en su faena, en su trinchera, las cosas transcurren con cierta tranquilidad. ... Es la calma chica que antecede a la tormenta, que llega porque sí y porque no. Sorprende la tensión con la que se reparten mandobles los socios últimamente. Al Botánico no le hace falta la oposición. Se bastan ellos mismos para decirse lo bueno y lo malo. En el Ejecutivo guardan un poco más las formas, pero hay que ver cómo celebran los palos a la gestión de los otros. Los otros. Están jugando con fuego, y la yema de sus dedos ya perdió el tacto de los días en los que fueron otra cosa.
El Botánico inventó el mestizaje, un modo de intercalar personas de unos y otros partidos en la jerarquía de las consellerias. La fórmula ha llegado al punto de saturación. A veces da la sensación de que alguno tirará la toalla. Quizá deberían plantearse 'desmestizarse' una temporada. O alternar el mando en las consellerias, como en los ayuntamientos. Se les nota las ganas de playa, de fugarse a Cabo de Gata y dejar la vista perdida en el mar o en el giro de esos deflectores eólicos que culminan las chimeneas de los chalés perdidos en un pueblo sin cobertura. No es suficiente el mes o las tres semanitas de no verse. Se les quedan cortas. Deben darse más tiempo, o quizá renovar los equipos. Perderse en un jardín con forma de laberinto, pero sabiendo salir. Leer el comienzo de 'Lolita', mil veces. Aprender a distinguir una flor de otra y recitar sin fallos una canción de Sabina. Oxigenarse y vivir.
Vicent Marzà, conseller de Educación y profesor, seguro que conoce la fórmula de mezclar las clases cada cierto tiempo. Unas veces se barajan los alumnos de dos grupos de un mismo curso en función de un calendario preestablecido por el colegio. Así nadie se siente de una clase en concreto. Otras veces, si un grupo adquiere una dinámica negativa y no hay manera de reconducirlo, se disgrega a los chavales para generar otro tipo de complicidades. Ahora mismo, hay consellerias que convertidas en el patio de un colegio: los chicos pegando balonazos en mitad de la explanada, las chicas buscando los rincones para huir de algún espabilado pasado de hormonas, el grupo que coloniza la zonas de los columpios porque trepan por cualquier soporte vertical, los aficionados a los cromos, los que cantan y compiten por la precisión de la letra de una canción o a quienes les gustan las coreografías... cada uno va a lo suyo y se mezclan poco y para mal. No se pagan las comidas si es que alguna vez comen juntos. Las telas de los vestidos perdieron el vuelo. No se quieren. No son amigos. Sin amigos ni amor, no merecería la pena tanta historia.
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