Nos tocamos poco
EL ESTADO DE LA COMUNITAT ·
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EL ESTADO DE LA COMUNITAT ·
Abrazos, caricias, palmeos... Aún hay que superar la pandemia del miedo al contacto. Sanemos ya el almaLa escena la contemplé andando por la calle Quart. Al pasar por la puerta de una tienda observé a un joven que salía dando saltitos, ... como una especie de baile. A su lado, una niña que tendría unos 10 años con una bolsa de compra en su mano derecha. El adulto de repente se agachó ligeramente y acercó el codo a la menor. Esta no se lo pensó: acercó también el codo y saludó al que parecía su padre o hermano a la vieja usanza, como en la pandemia, cuando chocábamos codos, puños o simplemente nos llevábamos la mano al corazón. Sin un mínimo roce. Con frío en el alma. El gesto hizo brotar una sonrisa en la cara del joven. Entre alegre, triste y melancólica. Y el hombre le hizo ver entonces el verdadero sentido de su gesto. Cogió la mano izquierda de la niña y la entrelazó por encima de su antebrazo. Lo que el joven intentaba hacer con la pequeña era salir cogidos del brazo. Como hace la novia con el padre camino del altar o el estrado del juzgado. Pero la maldita pandemia ha hecho que cada vez nos toquemos menos y nos temamos más.
No hay que cesar las precauciones. Sin ir más lejos, este viernes la Comunitat vivió la mayor cifra de contagios y de fallecidos por el Covid en el último mes, más de 4.000 infectados y una veintena de fallecidos. Eso sí, las hospitalizaciones bajan, señal de que las vacunas continúan haciendo su efecto. Pero el uso de mascarilla con síntomas nos debe seguir acompañando, especialmente en aquellos hogares con miembros frágiles, enfermedades que puedan complicarse por la presencia del coronavirus o personas de edad avanzada. La prudencia no debe dejar de ser una compañera en nuestras vidas. Pero hay que volver a abrazarse. A tocarse. A acercarse. A curar el alma. A ir aparcando la pandemia del miedo al contacto. Tomen nota de los beneficios de abrazarse. Lo dicen expertos sanitarios, no un libro cualquiera de autoayuda ni los gurús del positivismo. Un abrazo beneficia al sistema inmunitario, favoreciendo la creación de glóbulos blancos. O sea, nos defiende mejor ante virus. Reduce las posibilidades de padecer una demencia al equilibrar nuestro sistema nervioso. Favorece la oxigenación de nuestros tejidos: o lo que es lo mismo, nos vuelve más 'jóvenes'. Libera oxitocina y hace caer la presión arterial. También deja correr las endorfinas, la serotonina o la dopamina, o lo que es lo mismo, más hormonas que aumentan nuestra sensación de bienestar. Y es un analgésico natural contra el dolor de cabeza. Y no sólo eso: también contra la ansiedad, el estrés, la depresión...
Así que, no lo duden. Soben al prójimo. Den la mano. Acaricien la cara. Acerquense al otro. O acabará siendo peor el remedio que la enfermedad. Yo últimamente lo estoy notando con mi hijo pequeño. Diez años lo contemplan. Y de un tiempo a esta parte busca cada vez más el contacto. El cariño. Si estoy comiendo, mientras él está tumbado en el sofá, por detrás acerca los pies a mi espalda y los planta ahí. Como el que se descalza en el campo para notar el contacto con el terruño. O la misma sensación de abrazarte a un pino enorme en el pueblo. O a la noguera centenaria que tantas ricas nueces le dio a mi abuelo. Y ahora a mí. Y a mis hijos. Igual que mi pequeño acerca la mano mientras ve la tele para que la agarres. Y que aprieta cuando nota que te apartas. El roce, cura. El cariño, inmuniza. La distancia, marchita, entristece, nubla. No dejen de vacunar su alma. Abracen. Besen. Sonrían, que también es un chute de beneficios para la mente. Vivan.
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