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Que la contaminación es una de las principales amenazas para el planeta no es una revelación. Lo sabemos desde hace tiempo aunque preferimos esquivar el problema. Hace unos días se presentó el informe 'Calidad del aire y prevención de la salud' promovido por la Fundación ... de Ciencias de la Salud. El documento advierte de que la polución atmosférica es la principal causa de muerte prematura y de enfermedad. Ahora que en España la mascarilla ha dejado de ser obligatoria en la calle -para que se abran paso las «sonrisas»- quizá sería momento de abrir un debate serio sobre la contaminación de narices que respiramos (incluso sin contar el humo del tabaco que los no fumadores se ven obligados a inhalar en situaciones cotidianas en las que no se guarda la distancia de seguridad).
Pero hoy en día la salud no sólo está amenazada por esa toxicidad ambiental. También por aquella que se transmite a través de personas que se instalan en una espiral de negatividad que contagia todo a su alrededor. En Estados Unidos se analiza el impacto que esta cultura tóxica está ocasionando en las organizaciones a nivel corporativo. Se calcula que el año pasado unos 24 millones de personas se marcharon voluntariamente de su trabajo en Norteamérica por no sentirse respetados ni, por ende, realizados a pesar de que muchos contaban con una buena remuneración. El efecto en cadena que está generando este fenómeno en el mercado laboral ya se estudia como el de la 'gran dimisión' o 'gran renuncia'. El tiempo dirá si se trata de algo fugaz como consecuencia del shock pandémico o de un punto de inflexión que se exporta a otros países.
En su libro 'Cómo hacer que te pasen cosas buenas', Marian Rojas Estapé destaca que una de las claves para aprender a desenvolverse en un entorno tóxico es «tener cerca a personas vitamina». Son aquellas, explica la psiquiatra, que «producen el efecto contrario a las tóxicas en la mente y en el organismo» y «siempre tienen la capacidad de devolvernos la alegría de vivir». Y desde luego esa alegría es más que necesaria si echamos un vistazo a los datos que relevan el aumento progresivo del consumo de medicamentos contra la ansiedad y la tristeza. Algo está fallando cuando el año pasado se incrementó un 6% la ingesta de antidepresivos. Según los últimos datos del Ministerio de Sanidad en ese periodo, atención, los médicos recetaron 45 millones de cajas.
Puede que para que la toxicidad reinante se convierta en revulsivo también hagan falta 'líderes vitamina' con empatía por el bien común, que practiquen oratoria de la buena en lugar de 'hooliganismo'. Aunque quizá es algo que sólo podría ocurrir en las películas.
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