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Sánchez quiere domesticar el caballo desbocado del independentismo, pero todos intuimos que va a ser a costa de reventar la Constitución

Martes, 7 de enero 2020, 07:37

Hoy hace cincuenta años, el Ayuntamiento presidido por Vicente López Rosat decidió hacer, por primera vez en décadas, una sesión plenaria abierta a la prensa y al público, con luz y taquígrafos. Fue un pasito de pulga. Pero para mí, que fui el que pidió esa mínima apertura en nombre de los lectores, el cambio fue esperanzador: anunciaba un tiempo nuevo, una transición desde la dictadura a otro modelo, que habría de venir.

Ninguno de mi generación lo hubiera creído. Pero el caso es que ocho años después, solo ocho años, el dictador estaba en la tumba y teníamos lista una Constitución democrática que consagraba las libertades de todos. Solo teníamos pendiente un problema, la ETA, que celebró la concordia nacional con 64 asesinatos en 1978.

Escuchar el domingo a la representante de Bildu en el debate de investidura no me gustó ni un pelo. Pero todavía me gustó menos el silencio del candidato Pedro Sánchez, que no salió a defender, como era su obligación, no ya al Jefe del Estado, que también, sino la idea motriz de convivencia, democracia y libertad que la Generación del 78 puso en marcha con éxito. La memoria, el honor de mucha gente, merecía un esfuerzo que no fue visto en un debate de investidura que ha dejado al Congreso separado, y no sé si roto, entre defensores de la Constitución y detractores de un sistema que se está empezando a cuestionar, de modo cada día más evidente, por más y más representantes en el Congreso. No me gusta la cara del enfermo, decían los médicos que no encontraban remedio. No me gusta la deriva de un país superficial y sin autoestima donde solo los muy mayores parecen entender y estimar lo que pasó hace cincuenta años. No me gusta la mirada de Pablo Iglesias en la foto de portada del domingo y me inquieta esa ambición sin remilgos de Pedro Sánchez. Cataluña es un volcán en erupción y el País Vasco otro que duerme. La política se balcaniza y los poderes del Estado han dejado de respetarse unos a otros.

Hoy saldrá elegido Pedro Sánchez. Por los pelos, pero con toda legitimidad. Será presidente a la séptima intentona y va a alcanzar un indefinido «Gobierno de progreso» con unos compañeros de cama que combaten los modelos de estabilidad y economía que reclama Europa. Intentará domesticar ese caballo desbocado que es el independentismo, pero todos intuimos que va a ser a costa de reventar las costuras de la Constitución. Es el momento de recordar que Bildu y la CUP no solo quieren independencia y república sino también, eso es de manual para ellos, terminar con la economía de libre mercado.

Bernat i Baldoví, el diputado de Compromís más gracioso, ofreció una bolsita de infusión el domingo a la bancada de la derecha: «Tomen más tila y menos napalm por la mañana», les dijo. Pero creo que el horno ya no está para humor fallero y que viene algo así como un trágala.

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