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La Navidad es como ese mal amigo del que sabes que algún día te la jugará. Espléndida cuando estáis a buenas, cruel si vienen mal dadas. Conoce al dedillo tus puntos débiles, porque fue partícipe de los momentos más dichosos, así que mejor no tenerla nunca en contra. Llegados a ese trance la pandereta calla y la melodía de fin de año pasa a sonar desgarrada como el violín de John Williams en 'La lista de Schindler'. Son las dos caras de una fiesta reservada para gente feliz. La infancia la engrandece y entonces de esa cucaña rebosante de sorpresas que cierra el calendario escapa un generoso botín. Inocencia, familia, regalos, festines, vacaciones, reencuentros. Luces, turrón y champán. Consumismo en vena o caudal de fe según casos. Buenos propósitos a granel. Pero el día menos pensado la Navidad deja de ser feliz, dulce, blanca, y el tintineo de la campanilla de Santa Claus anuncia la entrada en un túnel del terror sádico con todo aquel que pena alguna ausencia, perpetua o transitoria. Porque esta fiesta no se bebe a sorbos, o la disfrutas con deleite o la sufres en silencio. En tal caso sólo cabe desear que pase rápido, que de repente la vida mute en un gran juego de la oca donde puedas saltar de puente a puente mientras te lleva la corriente. Dejas de frotarte las manos cuando el calendario dobla el cabo de Buena Esperanza del primero de diciembre para arriar velas y confiar en salvar tus naves. Si por el contrario aún transitas por la cara amable de la vida, aprovecha los buenos momentos, maravillosos, que te ofrece ese mal amigo del gorrito rojo con pompón blanco y reserva ánimos para cuando te abofetee, porque algún día lo hará. Lo detestarás un tiempo, pero acabarás reconciliándote con él convencido por una nueva generación de soñadores que te pillará con la guardia baja. Sentirás entonces que otra vez las lágrimas te dejan ver las estrellas, volverás a abrazar la Navidad, porque todos necesitamos ser felices, y así habrás iniciado sin saberlo el ciclo hacia una nueva traición.

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lasprovincias La traición