Una de las prácticas más grises de la administración es dejar para agosto y Navidad la publicación de aquellos decretos o normas dudosamente transparentes. Los afectados están entretenidos con otros temas, reaccionan sin tiempo y disponen de menor capacidad administrativa. Como expresión de estas artes ... poco ejemplares, el gobierno ha calculado con precisión la fecha en la que reformar el Código Penal y llevar al Congreso proposiciones de ley para reformar el Poder Judicial, el Tribunal Constitucional. Además de liquidarse en poco más de un mes su tramitación, ha evitado el juicio de expertos, los informes del Consejo de Estado y la consulta a los órganos afectados. Con la finalidad de que la reforma y su alcance se tramiten con cierta transparencia, el PP propuso un recurso 'in extremis' ante el Constitucional. Es probable que tenga poco éxito y nos comamos los turrones con estas leyes publicadas.
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El calendario del pleno y los temas incluidos en el orden del día responden a una intencionalidad tramposa de alterar el orden constitucional del 78, que no debería sorprender a nadie. Por mucho que se rasguen las vestiduras los barones socialistas como el castellano-manchego García-Page, el aragonés Lambán, el extremeño Fernández Vara o el valenciano Ximo Puig, son cómplices de estas malas artes. En la ejecutiva, todos acatan y se someten a las élites del PSC. Pudiendo introducir sensatez en el socialismo y desmarcarse de Podemos, Esquerra, Bildu o Compromís, no lo han hecho. Aunque no sean ya lamentos retóricos, porque la inundación demoscópica parece desbordante, sus pellizquitos navideños serán sanados por el calendario.
Recordemos que el mundial de fútbol termina mañana y está próxima la lotería de Navidad, hechos que garantizan al 'sanchismo' tertulias espumosas con las que mantener una ciudadanía distraída y aletargada. Estas últimas malas prácticas del gobierno no deberían sorprender a nadie, responden a una voluntad atomizadora y polarizante que se ha expresado antes y durante los sucesivos gobiernos de Pedro Sánchez. Las circunstancias han modulado el tipo de trampas que en cada tiempo se necesitaban y el resultado es cada día más vivible: el desmoronamiento de los mimbres del consenso y la ética civil con los que se fraguó el régimen del 78. Basta recordar la forma en la que se gestionó el confinamiento o la pandemia para descubrir que hay poca voluntad de reconciliación, poco deseo de consenso y muchas ganas de convertir a Sánchez en el Mesías que nos salvará de una cancerígena polarización inducida, que él mismo ha promovido.
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