

Secciones
Servicios
Destacamos
La súbita irrupción de Vox ha traído al menos una cosa buena para el Partido Popular, incluso para Ciudadanos. De repente, populares y naranjitos han dejado de ser insultados como ultraderechistas, porque ahora los verdaderos ultraderechistas resultan ser la muchachada de Santi Abascal, no los otros. Ahora el socialismo trata a PP y Cs como partidos plenamente democráticos y le piden, exigen, imploran, que no se contaminen, que no se manchen, que no den alas a la marea verde que parece estar cambiando la política española provincia a provincia. Pero la izquierda lleva cuarenta años tratando a la derecha de ultra, deslegitimando su papel y su capacidad de acción, rebajando el valor de su compromiso constitucional. Zapatero logró el hallazgo de invertir el orden de los vocablos, una sutileza mediante la cual llamaba al PP «derecha extrema» y todos entendían lo que en realidad le llamaba: extrema derecha. Eso dio pie a firmar entre el PSOE y los partidos catalanes un pacto para echar al Partido Popular de la vida pública. Antes y después de eso, siempre contamos con el eterno latiguillo de franquista. Desde los tiempos de Alfonso Guerra y el vídeo del dóberman.
Todo y todos eran franquistas, UCD, AP, PP. Suárez lo llevó siempre encima aunque enterró el régimen y Fraga también, por razones biográficas obvias. Pero también sus sucesores. Y cuando no podían con ellos, tiraban de árbol genealógico. A Aznar se lo llamaron innumerables veces y le sacaban a pasear el recuerdo de su abuelo, Manuel Aznar, uno de los grandes periodistas de su generación que, sí, fue con Franco director de La Vanguardia de Barcelona, pero antes también ejerció de influyente periodista republicano, a la sombra de Azaña y llevando el timón del periódico más importante de la época, El Sol donde se placeaba Ortega y Gasset. De hecho, algunos de los periodistas de izquierda más significados de las últimas décadas ejercieron obviamente la profesión durante el franquismo y tuvieron que firmar y editar textos sonrojantes pero inevitables, puesto que trabajaban bajo una dictadura sin libertades. Lo inconcebible es que negaran a los demás la justificación moral que ellos sí se autoconcedieron; practicando una amnistía deontológica parcial, válida para los periodistas que decidieron militar en la izquierda e imposible para los demás. De Rita y de su padre el periodista José Barberá podría recordarse otro tanto. E, incluso de Isabel Bonig, aunque la presidenta del PPCV encontró el parapeto de ponerse por escudo a su padre, histórico militante socialista, para desarmar a los prescriptores de méritos democráticos. Pero Bonig es, lo dicen tanto la izquierda como muchos periodistas, radical. Demasiado radical, por lo visto, no hay más que verla y oírla. A continuación, a lo de radical se le añade lo de antigua, combativa, de otros tiempos, y ya no hace falta aportar nada más para que la cabeza opere sola y te lleve al lugar común pretendido sin ser pronunciado: es la derecha al estilo franquista. El mecanismo es sencillo, mezclar el fondo con el tono, confundir radical con vehemente. De Oltra dirán que es vehemente, pero radical, no, eso no lo escribirán nunca. Radical no se lo han llamado ni a Pablo Iglesias, con todo lo que lleva dicho y escrito, pero para Bonig no han tenido freno.
Y no es un problema del PP. Cuando Ciudadanos ha sido una amenaza seria, ha recibido de la misma manera el calificativo de ultra. En Cataluña tras lograr ser primera fuerza así los tacharon independentistas y presuntos delincuentes, pero también los anguilas del PSC y la prensa burguesa y bienpensante. Se lo decían a su manera, claro, menos direcamente, calificándolos de españolistas extremos y nostálgicos de ciertas reminiscencias olvidadas. Pero se lo decían. Y en la tribuna del Congreso Albert Rivera ha sido denigrado más de una vez como falangista y joseantoniano. Luego no es un problema de un partido concreto, sino la manera de la izquierda para reafirmarse mientras descalifica al adversario ideológico como alguien sin pedigrí para disputarle el poder democrático. El mayor propagandista del estereotipo fue Umbral, un gigante del estilo, pero superficial y sin ideas profundas (de hecho, de su obra lo único que soporta el paso del tiempo es el estilo, soberbio pero vaciado). Umbral bautizó a la derecha posfranquista como 'derechona' y lo clavó. Proporcionó el marco, el meme, el cliché definitivo para los partidos ajenos a la izquierda; la España carca, reaccionaria, rentista y latifundista, de misa dominical y trabuco a la que le costaba acoplarse a los usos y modos contemporáneos. Tampoco sabía ir mucho más allá y hace veinte años, cuando le pidieron que se explicara un poco más con eso de la derechona sólo supo desvelar que «ya los godos eran la derechona». He ahí una explicación científica y definitiva sobre la historia de España. Los godos, los reyes católicos, el imperio de ultramar, los austrias y los borbones, el librecambismo y los espadones decimonónicos fueron apenas un preludio que habría de culminar en Franco y su dictadura. La derechona. Añádase la paradoja de que esto lo escribía día tras día en un periódico de centroderecha y añade uno que el periódico de izquierda nunca habría permitido que su principal articulista hiciera eso mismo en sentido inverso, estereotipando a la izquierda. Por algo será.
Deslegitimar a la derecha buscando comparaciones con el pasado tiene su miga. Porque en la historia del PSOE se dan episodios funestos (como en todas partes), desde colaboracionismo con la dictadura de Primo de Rivera hasta golpes de estado contra la II República y pistolerismo. Izquierda Unida y Podemos, por su parte, han llegado hasta nuestros días reivindicando el salvajismo de la ideología comunista (cien millones de muertos) y hoy mismo defienden y amparan varias dictaduras. Sin embargo, nadie les niega el pan y la sal. Pese a que viven una mutación inconcebible. Magistralmente razonada por Gabriel Tortella el pasado viernes en El Mundo: la izquierda moderna, que llegó para acabar con el antiguo régimen, los estamentos y privilegios, las diferencias regionales y sus múltiples estatutos han mutado en el siglo XXI en una corriente que defiende justamente eso; el nacionalismo, las divisiones territoriales, los privilegios de parte y la codificación de las singularidades y diferencias, a la manera de los fueros medievales, también por géneros, minorías, religiones y opciones personales diversas. La izquierda hace hoy lo contrario para lo que nació, pero casi nadie se ha dado cuenta de su impulso reaccionario.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Favoritos de los suscriptores
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.