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Parecía que las series de emisión por catálogo iban a sustituir a la televisión, incluso a los libros. Y es cierto que el hartazgo que causa la publicidad barata y unas cuantas producciones memorables ('Breaking bad' o 'Big Little lies', por ejemplo) impulsaron la migración de las cadenas tradicionales hacia las plataformas. La muerte del cine en sala a manos de la pandemia también hizo lo suyo. Entre las víctimas del covid cabe incluir a cines y toros. Pero últimamente, las series se han vuelto tan cutres, tan repetitivas, che, tan coñazo como todo lo demás. Estamos viendo en Netflix bodrios que no soportaríamos en la tele. Si la cosa será exagerada que mis amistades se solazan escuchando podcasts, que son igual que sermones de misa radiofónica para impedidos, aunque enlatados. Hasta yo, en mi huida del 'spleen', me acabo de hacer socio de un catálogo de radionovelas que pasa por ser lo más moderno, y honro a Sautier Casaseca en plan precursor de la metaliteratura.

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Debo decir, sin embargo, que el pasado verano no parecía que septiembre fuera a ser tan desastroso. Justo, al contrario. Dos grandes proyectos, por presupuesto e intención, anunciaban su estreno. Dos precuelas: la de 'Juego de tronos' y la de 'El señor de los anillos'. Tal vez dos de los títulos que, entre figuraciones y escapismos, más contribuyeron a cincelar esta alma de viejo verde y contador de batallitas que se me va por la boca. La ilusión por disfrutar de nuevas entregas de dragones y elfos me quitaba el sueño. Por eso mi decepción ha sido tan monstruosa. Pero, pero..., ¡¿qué han hecho?! Se habrán gastado un dineral, indiscutible, y para qué. Oscura, indecente, cruel..., 'Juego de tronos', la han transformado en otra serie sobre Ana Bolena, los Tudor y sus desviaciones, un culebrón de época con saurios que vuelan como el perro de la 'Historia interminable'. Y qué decir de la épica prerromana de Tolkien, entre el Antiguo Testamento y los vikingos, rebajada a decorado de 'El mago de Oz' con vestuario de carroza de carnaval. Sin mencionar esa filosofía cursi de lo políticamente correcto que hace irreconocibles tramas y personajes. Estoy anquilosado para pedir perdón por ser lector de los del XIX.

Salva la afición 'Andor', en este caso precuela de 'La Guerra de las Galaxias', que también se presenta ahora. Ay, cine de cuando éramos tenientes. Posee la garra astringente para el corazón de los westerns clásicos, te devuelve tu infancia sin pretender reeducarte. Con 'Andor' me muerdo las uñas y eso significa que me meto en la historia. Algo queda de aquella pasión.

Las series se han vuelto cutres. Estamos viendo en Netflix bodrios que no soportaríamos en la tele

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