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María Jesús Montero y Yolanda Díaz, ministra y vicepresidenta del gobierno de España, esprintaban ayer a base de tuit con aroma a pique a ver ... quién de las dos filtraba más y mejor acerca de los Presupuestos Generales del Estado. La gallega jugó la partida con la eficacia que da el saberse minoría. Pero la fuerza de la imagen estaba del lado de la ministra, que tenía bajo su mano el tocho de papeles presupuestarios que se apresuró a retratar y a compartir en las redes sociales con una fotografía. Más vale una imagen que mil palabras.
Parece una cuestión de egos, de personalismos excesivos y de ver quien saca partido para su partido antes. Y con esto de las redes sociales el tiempo apremia. Parecían dos tiradoras de esgrima apurando el úlimo tocado. Pero en batín -o en pijama- porque según parece para acabar de negociar los presupuestos no se lleva eso de dormir por la noche y descansar. Está como mal visto.
En cualquier caso, qué más se pude decir de unos presupuestos que nacen dopados con fondos extra, que huelen tanto a elecciones que generan descrédito y cierto desasosiego y que, a base de sembrar tantas ayudas, desincentivan. Esperemos a ver qué tienen pensado invertir en la Comunidad Valenciana y si de verdad llegamos a ese 10% que deberíamos recibir sólo teniendo en cuenta nuestro peso poblacional. Allá por el paleolítico superior, cuando vivíamos en el bipartidismo hace un fum de años, se analizaban hasta la extenuación los presupuestos del Estado para ver cómo se repartían los fondos. Tiempos de autovías, de trenes de alta velocidad y de soterramientos. Ahora todo eso ya ha pasado.
Porque todo pasa. Hubo un tiempo en que usábamos las cabinas telefónicas. ¿Las recuerdan? Allí se cobijaban, a salvo de leyes de protección de datos, abultados listines con los teléfonos y direcciones de toda una ciudad. Viendo la foto del tomo uno de los PGE de este año me teletransporte a ese otro tiempo de listines y cabinas con puertas. Espacios que permitían concentrar la atención en lo importante; en la conversación, en hablar, y sobre todo, en escuchar. Ajenos a mil pantallas y recursos que ahora nos invaden por todos lados. Sin tuits retadores.
Con ritual, nostalgia y cierto espíritu práctico -total ya no se usan, me dije- decidí despedirme de las cabinas telefónicas que se van a retirar en Valencia viendo la película que les dedicó Antonio Mercero y que escribió junto a José Luis Garcí. Adiós a las cabinas. Es verdad, no las mirábamos, ni las usábamos, pero estaban ahí. Como tantas cosas. Con ellas se acaba una época, otra forma de vida. ¿Quién no ha hecho cola ante sus puertas plegables? ¿Quién no ha trasteado con amigos llamando para después colgar con broma de por medio? ¿A quién no le han faltado esas monedas que alargaban las conversaciones interminables que se interrumpían bruscamente, después de saltar el sonido que alertaba la falta de fondos? Lo sé, suena tan lejano como cuando nuestras madres llevaban enaguas. Pero todos llegamos a esa edad en la que lo antiguo parece mejor: también las cabinas. Antes nos comunicábamos así, ahora a golpe de tuits. ¿De verdad hemos mejorado?
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