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Siempre me han dado rabia las personas que se creen especiales o diferentes por vivir al margen de modas o de acontecimientos populares, los que se vanaglorian porque nunca han visto una serie, por ejemplo, o no conocen al cantante que acudirá a Eurovisión. Como ... si eso les concediese un plus inalcanzable para el resto. No quiero decir con esto que todo el mundo deba cultivar idénticas aficiones o realizar los mismos hábitos, simplemente aclaro que algo así no puede considerarse un acto de rebeldía o un signo distintivo excepcional.
Esto lo digo por los que esta semana se enorgullecían de no haberse enterado de la caída de whatsapp, instagram o facebook y miraban con superioridad a los que habían padecido que estas redes sociales no funcionasen durante seis largas horas. Repito que no creo que sea necesario para vivir tener instaladas en el móvil estas aplicaciones, pero que tampoco me resultan dignos de admirar los que pasan de ellas.
Estas líneas van dirigidas, por supuesto, a los que se sintieron huérfanos el pasado lunes sin whatsapp y compañía, aunque no discrimino a los otros, si quieren asomarse y ponerse durante un rato en nuestra piel.
El día del apagón pensaba en los mensajes que se habrían quedado colgados con el fallo - los sistemas de dominio (DNS) que los carga el demonio-, en las disculpas, exabruptos y declaraciones que no llegaron a puerto, que viajaron a un limbo dejando un montón de situaciones sin resolver.
Probablemente muchos de ellos, los más decididos y valientes, tuvieron que hacer un esfuerzo adicional, retomar una costumbre ya casi abandonada, la de llamar por teléfono, eso que antiguamente hacíamos con cotidianidad y fuimos sustituyendo por la mensajería instantánea. Porque una de las ventajas que ofrece whatsapp es precisamente la posibilidad de ahorrarse prolegómenos y conversaciones protocolarias que no van a ninguna parte. También evita -si eres tú el que recibes la llamada- ser asaltado cuando menos lo esperas por alguien que te pide o comenta algo. Esa magia se rompió hace unos días y durante un buen rato nos planteamos que el fin de las nuevas comunicaciones iba a ser el giro final que nos tenía reservado este 2021.
En esas horas me pregunté qué pasaría si con antelación nos comunicasen que estas 'apps' iban a dejar de estar en activo, cuál sería el último mensaje que enviaríamos, a quién querríamos dedicarle unas frases finales, o qué descripción mantendríamos fijada en nuestro estado. Si sería conveniente o no colocar una fotografía para que los demás, con los que solo nos relacionamos por redes sociales, se acordasen de nosotros o si podría ser contraproducente abandonar ahí una imagen que no envejeciese a la vez que nosotros. Tuvimos tiempo para pensar durante seis horas, lo cual da que pensar.
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