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Urbanismo al gusto del respetable

Espadas ·

FERRAN BELDA

Lunes, 16 de diciembre 2019, 07:32

Llámenme desconfiado, pero estoy que no me llega la camiseta imperio al cuerpo de solo pensar la que puede montar el Pacto del Botánico en la plaza del Ayuntamiento, ágora de la ciudad de Valencia y destino final de gran parte de los autobuses urbanos que la cruzan. Dejar que el atolondrado de Giuseppe Grezzi se saliera con la suya e impusiera la peatonalización antes de que el consistorio dispusiera del menor estudio de viabilidad y de que se hubieran contemplado las ventajas e inconvenientes del proyecto ya fue una temeridad. Pero supeditar el anunciado concurso de ideas («tutelado por los colegios de arquitectos e ingenieros», según apostilló el alcalde Ribó) al resultado de una encuesta ciudadana no es que sea un disparate. Es que supone considerar que la demagógica democracia directa puede alumbrar arte o ciencia cuando no es así. Lo demuestra a diario la clasificación de programas más vistos de TV. Para empezar, porque la democracia directa es a la democracia lo que el rap es a la música. El más ful de los sucedáneos. Un trampantojo para incautos. Miren cómo no someten a la consideración de «la ciudadanía» los aumentos salariales, el incremento del número de asesores y la mejora de las asignaciones a los partidos que se escudillan los regidores. Después, porque los políticos populistas sólo apelan a la democracia participativa para fingir condescendía y/o cubrirse las espaldas ante posibles eventualidades, como es el caso. Si sale con barba, San Antón; y si no, se ha equivocado la inexistente soberanía popular, toda vez que el número de sufragios en este tipo de mascaradas es irrelevante y los procedimientos de votación y recuento distan mucho de ser fiables. A continuación, porque una cosa son los votos y otra es la cultura. Y, para no alargarme en consideraciones: porque si el urbanismo, la arquitectura, la escultura, etc. se rigieran por los gustos populares, el inmovilismo habría frenado a las vanguardias y los valencianos, en particular, no habríamos pasado del barroco, que es el estilo que más nos gusta. Punto, por tanto, en el que los autodenominados progresistas del Cap i Casal incurren en una flagrante contradicción, ya que en lugar de acreditar su voluntad de adaptar el trazado de la plaza a los criterios más vanguardistas e innovadores se aferran al sentir hipotéticamente general para no pillarse los dedos. Nadie les acusará de despóticos si obran así, desde luego. Pero cuantos más porcentajes de aceptación vagamente demoscópicos esgriman para anunciar qué se quedará y qué desaparecerá del foro capitalino, más se alejarán de la Ilustración y por ende más cerca estarán de los detractores de Esquilache. Ribó no quiere que le ocurra lo que a Napoleón III, que tuvo que sacrificar Haussmann, el artífice de la transformación de la capital francesa, para acallar a la crítica. Él se lo pierde. 150 años después, el París universalmente admirado es el de Haussmann. Y a este paso no lo será 'su' Valencia.

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