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El verano pasado, cosas de la pandemia, pasamos las vacaciones en una autocaravana recorriendo Pirineos. Afronté la experiencia con una mezcla de miedo a lo ... desconocido, escepticismo snob y cierta soberbia urbana. Una osadía para alguien que como yo colma sus aspiraciones aventureras viendo cómo hace de pirata saltimbanqui Burt Lancaster en el Temible Burlón. Aún así, movida por el espíritu de las madres ejemplares, aposté por asumir el reto de experimentar un verano sobre ruedas. Todo sea por los niños, me consolaba.
Les confieso que en ocasiones, mientras lo organizábamos, anhelé en secreto unas pocas restricciones capaces de justificar su suspensión. Respeto a lo desconocido, supongo. Por momentos rocé el pánico al imaginar la vida sobre cuatro ruedas, sospeché todas las incomodidades posibles e imaginé interminables y sinuosas curvas fuente de constantes mareos infantiles. Ese aroma y las bolsas de cartón. Me atormentaba de desigual manera el momento ducha, la noche y el grosor del colchón. Con todo, lo que imaginaba como una inmensa pesadilla resultó ser una experiencia divertida, auténtica y recomendable para hacer en familia.
Sin wifi, sin pantallas y ante el irremediable discurrir de las cuatro ruedas las caras de los niños -y las nuestras también- poco a poco fueron elevándose de las pantallas. Malditos móviles. Fue lento, como cuando subes un toldo oxidado o una grúa eleva un contenedor de escombros y tú estás atascada detrás, pero milagrosamente sus ojos recuperaron el interés por lo que pasaba a su alrededor. Empezaron a mirar tras el cristal. Los botones que tocaban ya no eran los de sus consolas, sino los desplegados por la caravana y su puesto de mando. Fueron días sencillos de horas eternas. Se viaja ligero porque la caravana es alérgica a cualquier exceso.
Nos gustó viajar así. Y no somos los únicos. La demanda de este tipo de vehículo ha aumentado exponencialmente en los últimos años. Además, según los estudios y encuestas de opinión que maneja el sector del turismo, este año nos viajamos encima. Tenemos como ganas de escapar, de desconectar de tanto marrón, coger aire y cargar pilas ante la que se avecina en forma de temido septiembre.
Escapadas de fin de semana, practicando turismo rural, haciendo senderismo o de acampada, visitando ciudades, llenando los chiringuitos de las playas o visitando ciudades como la nuestra. Cada uno a su manera y con sus posibilidades. El asunto es que este verano se presenta extraordinario para el sector. Y ya era hora. España recuperó en Semana Santa el 85 por ciento de los turistas internacionales y el gasto medio ya roza niveles anteriores al Covid. Eso está bien para nuestra economía. El turismo extranjero se nos rifa como destino vacacional. Los ingleses, los alemanes y los franceses parecen estar igual que nosotros: con ganas de moverse sin restricciones y exprimir las vacaciones. Les deseo lo mejor, disfrútenlas y desconecten. Por mi parte, no sé todavía en qué se traducirán pero, sean como sean, las afrontaré sin prejuicios esta vez.
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