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Somos vacas que dan 'likes' en vez de leche

UNA PICA EN FLANDES ·

Domingo, 16 de mayo 2021, 01:54

Podría decir que el ambiente se ha vuelto irrespirable, pero no sería toda la verdad. Parece obvio que el insulto es el ecosistema del lugar, pero también ahí encuentro razonamientos sabios y sentencias románticas que en ningún otro contexto me atrevería a decir que me gustan. Y trato a escritores y poetas a los que admiro y de los que aprendo, sin limitarme a los que votan a mi partido. O sea que la rudeza del debate queda compensada de sobra por las oportunidades que ofrece. No, no quiero excusarme en que me repele la irrespirable atmósfera de twitter o en que instagram ha perdido su esencia de red de aficionados a la fotografía, siendo ciertas ambas cosas. No son ellos, soy yo. Me voy de las redes sociales, y no para protestar por su violencia, sino para no convertirme en un adicto. Me voy porque me da la gana, porque aún puedo.

Llevo catorce meses teletrabajando. Desde las ocho hasta las siete de la tarde suelo encadenar una videoconferencia tras otra, a veces almuerzo ante el ordenador. Mi vida es igual de activa que antes de la pandemia, pero ahora todas mis visitas, gestiones y conferencias son sin moverme de la silla. Créanme si digo que no soy capaz de mantener mucho rato la atención fija en lo que sucede en los seminarios web y que, al no poder levantarme o coger un libro porque estoy expuesto, con disimulo dejo mi vista caer al móvil una y otra vez. Consulto de forma compulsiva cada una de mis aplicaciones en busca de novedades, chistes o imágenes que calmen mi ansiedad de noticias.

Mi corazón mendiga algo que me evada de esta rutina odiosa, y lo busca en el teléfono. Cuando regreso a casa me duelen los ojos. He observado que, de un año a esta parte, vemos las películas sin soltar el móvil de la mano. Las redes te engañan sugiriendo que, si no les haces caso, te pierdes cosas importantes, pero resulta lo contrario; tu vida misma es más importante que su reflejo en un espacio virtual.

Me voy de las redes, y no para protestar por su violencia, sino para no convertirme en un adicto

Como dice Jenny Odell en 'Cómo no hacer nada', las redes sociales se esfuerzan por mantener nuestra atención y la monetizan, se forran si nos tienen veinticuatro horas enganchados, y así se agosta una rica diversidad de pensamientos humanos camino de otro tipo de desertificación, la mental. Somos vacas estabuladas que dan «likes» en vez de leche. Por eso me desengancho. Podría dejar mis redes al cuidado de profesionales, pero mi estilo es ser auténtico. Viviré salvajemente, digo sin twitter ni instagram; leeré periódicos, miraré sin fotografiar y, lo más relevante, no haré nada cuando no tenga nada que hacer. Voy a ser consecuente.

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