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Durante la campaña, Donald Trump alimentó la idea de que Estados Unidos lanzaría la primera vacuna contra el coronavirus antes del 3 de noviembre. No fue así. Lo que sucedió fue que, tras los comicios, cuando se confirmó holgadamente la victoria de Joe Biden, la norteamericana Pfizer y su socia alemana BioNTech publicaban un comunicado desvelando que habían logrado una eficacia contra la enfermedad superior al 90% en la última fase de ensayo clínico. La euforia se desató en las bolsas. El Ibex se anotó un incremento del 9%, el mayor ascenso diario de la década. También se brindaba en el despacho del consejero delegado de Pfizer. Albert Bourla vendió más de la mitad de sus acciones en una suculenta operación que le reportó cerca de cinco millones de euros. Aquellos desconfiados que piensen que haya podido involucrarse un abuso de información privilegiada en la transacción, desde la multinacional contestan que el movimiento responde a una cláusula autorizada por la Comisión de Bolsa y Valores de Estados Unidos (SEC) en agosto para que cuando la acción alcanzara 41,94 dólares se procediera a la venta del 63% del paquete de la cartera del CEO.
Una semana después, Moderna y los Institutos Nacionales de la Salud de Estados Unidos revelaban una eficacia preliminar del 94,5% en su experimento. De nuevo, frenesí en los mercados. No trascendió que sus directivos liquidaran acciones como sí hicieron en julio cuando se disparó su cotización a raíz de la publicación de los avances satisfactorios de su estudio. Y mientras Moderna acaparaba foco mediático, Pfizer rectificaba para aseverar que su proyecto sube la apuesta de éxito al 95%.
Desde que pasaron las elecciones norteamericanas, cada siete días una farmacéutica anuncia los triunfos de su vacuna contra el coronavirus. La última ayer, la de AstraZeneca y la Universidad de Oxford. «Tenemos una vacuna para el mundo». Sus responsables daban a conocer así que su proyecto muestra una eficacia media del 70% llegando al 90% según la dosis. La urgencia por liderar el antídoto contra el coronavirus está destapando una pugna que algunos comparan con la carrera espacial de la Guerra Fría. China, Estados Unidos, Reino Unido, Alemania, Rusia... Louis Pasteur, fundador de la microbiología, decía que «la ciencia no conoce país, porque el conocimiento pertenece a la humanidad, y es la antorcha que ilumina el mundo».
De momento, se dan por válidos los anuncios de los laboratorios aunque carecen de auditorías externas. Es imprescindible que esas investigaciones sean revisadas por el método de pares, con evaluadores independientes, y publicadas con aval científico. Hasta entonces, ¿cómo se puede afirmar con seguridad que una «parte muy sustancial» de los españoles será inmunizada «con todas las garantías» antes de julio de 2021 si aún no se sabe ni qué vacuna se va administrar ni cómo se distribuirá?
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