
Yo no me vacuno
EL ESTADO DE LA COMUNITAT VALENCIANA ·
Seguro que conocen algún caso. De los que cuentan los peligros de la inyección en cuanto asoma el tema. A los que guía más la insolidaridad que el miedoSecciones
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EL ESTADO DE LA COMUNITAT VALENCIANA ·
Seguro que conocen algún caso. De los que cuentan los peligros de la inyección en cuanto asoma el tema. A los que guía más la insolidaridad que el miedoAhora que empiezan a sonar tambores con la vacunación de los cuarentones, hablaré de una cuestión. Los negacionistas de las vacunas. El último dato conocido ... en la Comunitat fue el que la Conselleria de Sanidad difundió a finales del mes pasado. Casi 29.000 valencianos que expresamente han rechazado someterse a la inmunización. Serán más, porque ahí no están los muchos jóvenes que sin duda descartarán hacerlo. O los que se hacen los suecos, no responden al llamamiento del sistema de salud y no acuden a su cita.
A mí el tema me ha costado una dolorosa discusión con un amigo de hace casi tres décadas. «No me vacuno. Y a mis padres les he dicho que tampoco». Fue su frase, la que abrió la caja de los truenos. La que me dejó pensativo, cauto ante la posibilidad de argumentar las razones en contra, sabedor, por el carácter de mi amigo, que el asunto me iba a suponer un severo disgusto. Que por mucho que intentara convencerlo no iba a conseguir hacer variar su postura. Que todo lo que iba a lograr sería un tremendo cabreo por su parte, un ataque hacia mi posición, para él descuidada, imprudente e irreflexiva. Pero ganó lo estupefacto que me dejó su decisión, que ya había planteado en debates teóricos sobre la cuestión, pero que pensé que reflexionaría cuando le llegara el momento de la inyección. Atónito por la actitud de una persona con trato con el público en su día a día, con el consiguiente riesgo de contagiarles o, viéndolo desde un lado más egoísta, por si eso era un argumento de más peso, con el peligro de infectarse él mismo. Pero sobre todo espantado al optar por dejar a sus dos progenitores, ya de considerable edad, sin la evidente protección que confiere la vacuna. Nada: el enfado mutuo fue el único fruto que saqué de decirle lo que pensaba.
Nadie niega que las vacunas deberían haber tenido mucho más tiempo de prueba, comprobación e investigación. Indudable. Que serían mucho más seguras. Que ayudaría que la administración llevara un menor caos en la administración, comunicación y consejos: AstraZeneca primero no, luego sí y después otra vez no, más tarde elija la que quiera, ahora más preferencia por Pfizer que por Janssen con los cuarentones, niños sí o no... Pero tiempo es lo que no tenemos. Y los estragos del Covid todos los conocemos. Y lo que no es coronavirus. Un botón como muestra. En el pueblo de mis padres, en Cuenca, han muerto en el último año una media docena de mayores. Una tragedia en una aldea que no llega al medio centenar de habitantes censados. ¿Saben cuántos de Covid? Ninguno. Pero la proporción de defunciones ha sido una de las más altas de los últimos años. La pena, la soledad, la distancia con los seres queridos, el encierro... todo eso estoy convencido de que también mata. Y eso sólo lo evita la vacuna.
De aquella discusión con mi amigo (sigue siéndolo, hay cosas por encima de la inconsciencia) me quedo con la contestación que le dio otro amigo: «Si los que no se vacunan pueden hacer vida normal el día de mañana, es porque todos los demás nos habremos vacunados». Y esa es la clave. El bien común. O el mal de todos, si queremos llamarlo así, porque los efectos secundarios de las vacunas son evidentes. Ahí están los trombos. Pero un dato: el porcentaje de aparición de trombosis en enfermos graves de coronavirus es del 16,5%, frente al 0,0004% de vacunas como AstraZeneca.
Así que, amigo, si aún duda, no dude. Arremánguese, piense que esto es el principio del fin y, cuando vea asomar la aguja de la jeringa, repita el mantra del mítico Salvador, el anciano de Castalla: «Anxufa-li!!».
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