La ley del más vago
EL ESTADO DE LA COMUNITAT ·
No hay cosa más fascista que igualar por lo bajo, cargarse la meritocracia y cortar el camino al esfuerzo que permite acabar con la ventaja de cunaSecciones
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No hay cosa más fascista que igualar por lo bajo, cargarse la meritocracia y cortar el camino al esfuerzo que permite acabar con la ventaja de cunaEl yogur. Seguramente les habrá llegado el 'meme'. Se ve la foto de un yogur, con la tapa abierta y una frase inscrita en ... su reverso: «Enhorabuena. Te ha tocado un título de la ESO». No es un chiste, es para llorar. O para contestar con sorna, como me dijo un amigo. «No es realista. No hace falta comprar un yogur». Y es así. Con la llegada de la nueva ley educativa de la ministra Alegría (nunca un apellido fue tan apropiado para un propósito), la titulaciones de la ESO prácticamente se regalan. Eliminar el límite de suspensos para pasar a Bachillerato o las recuperaciones son un flaco favor al estudiantado. Señora ministra, no nos engañe con aquello de «la cultura del esfuerzo se cultiva desde la motivación, no mediante el castigo». Un lema que quedará muy bien en una camiseta o como frase de manual de autoayuda, pero la realidad es que sin la amenaza del suspenso, de la reprimenda en casa de los padres, de quedarse sin las últimas zapatillas de marca, la gran mayoría de los chavales de hoy en día reducen su rendimiento
Citaré un ejemplo. Y además, una prueba de que no es un problema de hoy, ni un defecto de estas generaciones. No. Es un mal de la raza humana. Sin la presión, la mayoría nos relajamos. Me remonto a mi adolescencia. Recuerdo a un profesor del extinto BUP que tenía una costumbre. Al finalizar el curso, el último examen era para subir nota. No podías aprobar o suspender, sólo lograr mejorar tu media. Lo hacía de cara al selectivo, ese que no creo que tarde mucho en desaparecer, con el argumento de que las notas son opresivas, injustas, que no evalúan adecuadamente. El profesor era Don Santiago. Incluso dejaba varias clases en las que se podía estudiar. Aquello tuvo varios efectos. Sólo los que tenían la asignatura suspendida se afanaban y pelaban los codos en estudiar. Los que tenían un aprobado, se dejaban arrastrar por los cerebritos que tenían un 10 y para los que evidentemente ese examen y esas hora de estudio se convertían en una fiesta. Alegría pura, como la de la ministra. Las sesiones se transformaban en un festival de hacer dibujitos en las hojas, pasarse notas de esas cachondas o escarniosas o sencillamente entregarse en los brazos de la mirada adormecida por la ventana. No estudiaba ni Perry. Y nadie subía nota, más allá de aprobar lo que antes tenía suspendido: o lo que es lo mismo, una recuperación al uso, las mismas que ahora saltan por los aires.
Una ley fascista. Emplearé ese término que tanto gusta usar hoy en día desde algunos sectores progresistas. Porque la Lomloe es de todo menos liberal y progresista. No hay cosa más fascista que igualar por lo bajo, cargarse la meritocracia, cortar el camino al esfuerzo que permite acabar con la ventaja de cuna. «Hijo mío, estudia para llegar a ser algo», era la frase que empleaban nuestros abuelos con nuestros padres para argumentar que los mandaran a un internado religioso o a un colegio mayor. Era la forma de llegar «a algo», frente a las mieles del éxito ya aseguradas para los hijos de papá, ricos y terratenientes. Pues ahora la tostada se da la vuelta. Que el niño no repita, no sea que se traumatice. No le pongamos exámenes de recuperación, que no sirven para que aprenda más. ¿Pero merecera la pena para que vea que no esforzarse tiene una consecuencia negativa? Al final acaba imperando la 'ley del más vago'. Como la pantomima que afirma que repetirá «quien decida la comunidad educativa». Ancha es Castilla.
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