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La liga regular acabó con un partido aparentemente intrascendente. El Valencia Basket viajó a Andorra como cuando nuestros padres iban a traerse cartones de tabaco, whisky escocés y unos 'walkman' regalados de precio. No se jugaba nada y fue allí a verlas venir. Eran sus últimas sensaciones antes de las eliminatorias por el título, por el título que defendían tras la gesta de 2017. Pero el Andorra le dio un meneo al equipo de Txus Vidorreta que lo dejó tieso.
Nadie se rasgó las vestiduras por aquello. No pasaba nada: lo importante venía en unos días contra el Gran Canaria. Y, una vez más, antes del play off se habló más de la Euroliga que de llegar lo más lejos posible en los cruces. A todos nos encanta que el equipo esté en la Euroliga pero a mí, por lo menos a mí, antes de aquello prefiero disfrutar intensamente y, a poder ser, duraderamente, de los play off. Y hablar del presente, de los play off, aunque eso lleve implícitamente añadido lo segundo. El campeón no puede estar mirando las otras eliminatorias a ver cuál es el mínimo exigible para estar en la competición estelar en Europa.
Aquel partido, aparentemente inofensivo, me dejó un regusto amargo. Me sorprendió el poco amor propio de los jugadores y el escaso orgullo del banquillo. El campeón de Liga no puede dar esa imagen. Pero lo peor es que me dejó la sensación de que esta vez estábamos ante un equipo conformista. Y un equipo conformista es un equipo perdedor. Al que me preguntó antes de la serie, ya escuchó mi vaticinio.
Cada vez que comentaba algo crítico durante la temporada, siempre encontraba alguien que lo interpretaba como un ataque a Txus Vidorreta. Y no. Me parece un buen entrenador, aunque quizá no especialmente brillante, pero creo que durante todo el curso ha ido transmitiendo, partido a partido, rueda de prensa a rueda de prensa, entrevista a entrevista, un gota a gota que ha ido calando lenta e inexorablemente en la mentalidad del grupo. Demasiadas lamentaciones (merecidas, seguro) por las lesiones, demasiadas manos por el lomo porque era muy difícil competir así, tan mermado. No voy a poner nombres pero hemos conocido otros entrenadores en Valencia que prefirieron aceptar con resignación las cartas que le había tocado en suerte y jugarlas con el mayor virtuosismo posible, sin conceder al jugador la salida de la lamentación, sin inculcar el espíritu del «tranquilos, no pasa nada porque tenemos muchas bajas». Tener menos jugadores no significa exactamente que no puedas ganar, hay quien lo traduce como que simplemente será más difícil ganar. Ese es el matiz.
Poco a poco, de manera casi imperceptible, el Valencia Basket ha ido perdiendo tensión. Sin darse cuenta se volvió menos fiero. Había menos mordeduras y más lametones. Y eso, cuando la competición te ha exigido un extra, cuando el rival te ha llevado al límite, ha salido a relucir.
Uno de los mayores placeres que le encuentro a la vida es lanzarme a las aguas cristalinas de una cala de Formentera, darme la vuelta y quedarme flotando boca arriba, mirando el cielo. A veces, durante ese momento de trance, me imagino lo que debe ser naufragar y quedarte perdido en la inmensidad del océano. Siempre pienso que buscarías la forma de resistir el mayor rato posible pero que, si el rescate no apareciese a tiempo, llegaría un momento en el que te dejarías llevar y caerías rendido en las fauces del mar. Tengo la sensación de que el Valencia Basket pudo haber aguantado más antes de acabar rindiéndose.
El guantazo es especialmente doloroso porque se produjo en tu feudo, ante tu hinchada, y porque llega justo en el año siguiente al del título. Es inevitable, como baldío, acordarse de Pedro Martínez y añorarlo, llorarlo. No conduce a nada torturarse con el recuerdo, con su impronta. Ni recrearse viendo su estela, que es la del Baskonia que se sacudió al Unicaja con un 2-0 inapelable. Porque, en realidad, en el deporte todo va y viene. Y si abres el ángulo compruebas que no solo sigue vivo Pedro Martínez sino que todos los entrenadores que conservan las opciones de ganar la Liga ACB, los cuatro, han estado trabajando en Valencia alguna vez.
Lo más sensato, lo más práctico, es levantarse y mirar al frente. Los errores de este ejercicio ya no tienen arreglo, así que lo más productivo será pensar en el siguiente proyecto y esmerarse en no perder aficionados antes del nuevo pabellón.
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