Borrar
Urgente Premiazo en La Primitiva de hoy lunes: un jugador gana 596.797 euros en un municipio de solo 120 habitantes

Valencia ya tiene su pagoda

BELVEDERE ·

Madrid derribó la obra de Fisac y aquí amputamos la de Moreno Barberá con idéntica falta de sensibilidad arquitectónica

PABLO SALAZAR

Domingo, 20 de diciembre 2020, 07:26

Cuando en Valencia se habla de la pagoda todo el mundo piensa en el edificio que el arquitecto Antonio Escario proyectó en el Llano del Real, junto al colegio de las Esclavas, una construcción muy característica de un barrio que se levantó sobre los terrenos de la antigua Feria de Muestras y del palacete de Ripalda. Pero entre los profesionales de la arquitectura española, la pagoda es una obra que Miguel Fisac construyó en Madrid en la década de los sesenta y fue derribada en 1999, lo cual levantó una ola de indignación por lo que suponía de agresión al patrimonio artístico de la ciudad. La torre de los laboratorios Jorba -con plantas giradas 45 grados respecto a la anterior- recordaba, como el inmueble de Escario, a las típicas construcciones orientales destinadas al culto, casi una provocación estética que se agradece en un paisaje urbano dominado por la reiteración de estructuras y los impersonales bloques de pisos. No se podía englobar en el apartado de edificios históricos porque no llegó a cumplir el medio siglo de edad, fue demolido con poco más de treinta años, pero era un icono, un hito urbano, una obra singular que hubiera merecido un tratamiento muy diferente. Como la antigua Escuela de Ingenieros Técnicos Agrícolas de Valencia, de Fernando Moreno Barberá, víctima esta semana de la misma prepotencia y de idéntica falta de sensibilidad hacia la arquitectura.

Más de diez años llevaba cerrada la vieja Escuela, lo que dio lugar a que sus fachadas laterales sirvieran como mural de eso que ahora se llama 'arte urbano', uno de tantos eufemismos de estos tiempos cargados de inocente buenismo. En la entrada de la avenida Blasco Ibáñez, junto al Materno-Infantil, un grupo de sin techo había encontrado refugio bajo la marquesina. Las imágenes antiguas, de cuando se construyó todo el conjunto (Filosofía y Letras, Derecho, Psicología y Agrícolas) nos muestran una obra de una extraordinaria belleza formal, medida, integrada, serena. La arquitectura al servicio del hombre, la dignificación del entorno, el espacio público como lugar de convivencia, de encuentro, un sitio donde apetece estar, al que gusta acudir, donde uno se integra. Pero con los años, la Universidad de Valencia fue distorsionando la obra, construyendo nuevos aularios sobre los jardines, añadiendo alturas a las naves laterales. Resulta muy clarificador recordar que las dos universidades públicas valencianas han sido las responsables de acabar con buena parte de la huerta del Norte de la ciudad (Tarongers y Vera) y no se muestran muy diligentes que digamos a la hora de proteger y rehabilitar su patrimonio. Los supuestos focos de intelectualidad y de conocimiento, convertidos en piquetas demoledoras de un hábitat rural en riesgo de extinción y en descuidados vigilantes de las piedras históricas.

En esta sociedad de ofendidos ante cualquier declaración o comentario políticamente incorrecto y tan propensa a los linchamientos en las redes, el derribo de la pagoda ha suscitado menos malestar y movilización que episodios anteriores con protagonistas de menor enjundia. Estas excavadoras han podido trabajar tranquila e impunemente, sin una Mónica Oltra que intente pararlas como cuando en el Cabanyal se procedió a tirar unas casas de poble abandonadas y ruinosas, sin un Salvem l'Horta que se encadene alrededor de las alquerías y no dude en enfrentarse a los antidisturbios, sin un Salvem el Botànic que rodee el solar, acampe en el mismo y lo reivindique como jardín. Moreno Barberá, el arquitecto de los paradores, tampoco era uno de los suyos, a pesar del reconocimiento profesional y del incuestionable valor de su trabajo. Cuando paso por la plaza del Ayuntamiento me pregunto cómo dejaron hacer ese edificio de cristales y si camino por delante del Palacio de Cervellón no entiendo que se levantara a su lado una finca más alta que sus torres. En el Ensanche no me puedo imaginar en qué estarían pensando -y cuanto dinero se llevarían- los que autorizaron ocho plantas de altura en un barrio pensado para cuatro o cinco. Eran otros tiempos, me digo para sosegarme, buscando una explicación difícil de encontrar. Primaba la especulación, faltó cultura, respeto a la historia, autoestima, una burguesía activa, una intelectualidad comprometida... Hasta que llego a Menéndez Pelayo y veo los montones de escombros de un edificio singular y a todo un presidente de la Generalitat que posa ante los fotógrafos sonriente, orgulloso de la hazaña. Y es entonces cuando concluyo que apenas hemos avanzado.

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

lasprovincias Valencia ya tiene su pagoda

Valencia ya tiene su pagoda