I- Campeones de Copa. 25 de mayo de 2019. Aún era noche oscura cuando Jaume, de la mano de su abuelo Javier, entraba en la Estación del Norte. Allí se reunió con su amigo Quico, que iba también con su abuelo. Ya estaban todos. Y partió el tren camino de Sevilla. ¡A la Final!
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Los niños, como la santa de Ávila, estaban sin vivir en sí. Todo era nuevo para ellos: el madrugón, la euforia, las banderas, los cánticos. Y, sobre todo, la ilusión por ganarle al Barça. Comida en Sevilla. Café en el Alfonso XIII. Y al campo. Hacía calor, no había taxis... pues en calesa. Cosa que también era novedosa para los abuelos.
Ganamos. El Valencia añadió una página dorada a una hermosa historia ya centenaria. El valencianismo conquistó Sevilla y los niños, con el corazón estremecido, grabaron en su memoria lo que nunca olvidarán.
II- ¡Qué duro está siendo 2020! Llegó 2020. El virus y la madre que lo parió. Y el amo y sus cortesanos empezaron a mandar. Y no pensaron que hay cosas que no compra el dinero. Porque no se venden. Son res extra commercium. Olvidaron que las viejas cicatrices reverdecen y se convierten en heridas vivas al menor golpe. Olvidaron también que ni aldabas, ni llaves, ni cerrojos pueden confinar el recuerdo de lo que un día fuimos y queremos volver a ser. Olvidaron que por estas tierras el 86 dio el tono de lo que pueden llegar a hacer quienes se crecen con el castigo. Y lo están recordando voces mucho más autorizadas que la mía, voces de gentes a las que amamos porque nos hicieron felices - Mario Alberto Kempes, Claramunt, Cañizares, Ayala, Subirats...- .
Al amparo de tanto olvido encontró abrigo una gestión incalificable, deportiva y económicamente. Y aquí el amo y los suyos debieran haber andado con algo más de cuidado. Con las sociedades mercantiles pasa como con la Administración Pública, que tiene potestades, pero las tiene que poner al servicio del interés general -en este caso el interés de la sociedad, que es el Valencia CF- y no puede incurrir en desviación de poder y utilizarla para cuitas personales. El amo puede hacer muchas cosas... pero hay cosas que no puede hacer. Y no daré tres cuartos al pregonero.
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En este 2020, Jaume y Quico no entienden nada. También para ellos ha sido un año muy duro. Por el virus, por la zozobra vivida en el colegio. Y en casa... Y por el Valencia. Pensaban que íbamos a jugar la Copa de Europa, pero... su campeón de Copa se ha venido abajo. No lo entienden. Los mayores tampoco.
III- ¿Quo vadis Valencia? Los valencianistas temen por el futuro de su Valencia. Sí, amo, te lo digo con respeto y sin acritud: las acciones hoy son tuyas, la historia es nuestra. Y queremos que Jaume y Quico la sigan escribiendo.
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Por eso, por ellos, hay que reaccionar. Recomprar lo que nunca debimos vender. Echar mano a la cartera. Olvidarnos de las taifas y caminar juntos. No imputar culpabilidades, pero sabedores que un ápice de dignidad obligará a algunos a guardar silencio por siempre. Y confiar la gobernación a quienes tienen tiempo por delante.
Debemos legar a Jaume y a Quico, al menos, lo que nuestros mayores nos legaron. Si no lo conseguimos, yo no me limitaré a cultivar los barbechos del olvido. Nunca lo hice, porque ni amo las tierras del olvido, ni pienso curarme de mi infancia y del mundo y la gente con la que la viví. Con mi Miguel Hernández, trataré de revivir el olor a madre de un huerto -el fútbol- que un tiempo fue de todos. Huerto bendito que a muchos sirvió, lo dijo Albert Camus, un apasionado del fútbol, como puente levadizo para escapar de una fortaleza llamada miseria. Muchos fueron los que, con su liderazgo en la clase y en el campo de fútbol, encontraron compensación a las carencias con que la vida les había obsequiado. Eso, querido Jaume y querido Quico, también es fútbol.
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