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El franquismo, por fuerza, se convirtió en nuestra costumbre y uno de los malos hábitos difíciles de quitar que nos dejó fue el de vestirnos igual. Durante la dictadura, los conserjes vestían de marinos, los policías de guardias urbanos, las mamás de foto de carné de familia numerosa, los papás de ir a la oficina y los abuelos con sombrero para no destilar desafección al régimen. En el extranjero, sin escucharnos hablar, todavía es posible distinguirnos por nuestra manera homogénea de vestir. Me juego lo que quieras a que esos son españoles... Y siempre acierto. Más correctos que cualquiera. Justo lo contrario que ingleses o belgas, sin ir más lejos, que lucen combinaciones de prendas estrambóticas o calcetines bajo las sandalias con la naturalidad y el desenfado con que cenan paella o van al trabajo en bici bajo la lluvia. Por eso allí se estila lo de comprar ropa usada sin preguntar a qué difunto perteneció y aquí da la impresión de que cada temporada nos copiemos unos de otros al renovar uniforme donde don Amancio.

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Los chalequitos acolchados y sin mangas, esos que recuerdan a un salvavidas, también llamados 'fachalecos', por ejemplo, parece que este otoño los regalen por Cirilo Amorós de tantos como hay. Y no digamos el cansino color morado entre los progres, se diría que el rojo se les ha desteñido a los enchufados, así, en general, a la par que las ganas de revolución obrera. Lo contrario que los pantalones cagados, no había podemita que no los tuviera en su armario y ahora resulta como si a la vez se hubieran dado cuenta de que son incómodos. Ya no te cruzas con ninguno ni en los botellones antifascistas ni por el Ministerio de Igualdad. Hay que reconocer que apenas con la parte de arriba y la de abajo, pongamos camisa y pantalón, aquí se puede adivinar quién es choni y quién cayetano, quién casado y quién se ofrece, quién «babyboomer» y quién milenial y, sí, lo siento, quién chico y quién chica.

Somos tan bienmandados que ahora nos hemos quitado las corbatas al mismo tiempo como si la «city» fuera una boda de madrugada o una cena de Navidad de empresa. Me llamó la atención ver en el debate de política general de las Cortes Valencianas a los míos, a los diputados de derechas, descorbatados, pero es que hoy he estado paseando por la ciudad y después de dos horas de caminata por el centro sólo he contado a tres hombres con corbata. ¡Sólo tres en toda Valencia! Y para colmo añadiré que conocía a dos de esos tres y que yo no era ninguno de ellos. Coño, hasta para volvernos informales los españoles buscamos la inmunidad de rebaño.

Hasta para volvernos informales los españoles buscamos la inmunidad de rebaño

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