Dibujada a carboncillo con ese gris mortecino de los amaneceres sin sol, la Alameda observa distraída sus trajines. Un hombre de contrastes, cuerpo veterano bajo la sonrisa infantil impropia de quien madruga el domingo para servir a los demás, extiende una cinta de punta a ... punta del paseo. Prepara otra tanda, la tercera y última. Hace escasos minutos braceaba intenso, manojo de nervios de acá para allá velando por el protocolo sanitario, pero ahora se le ve relajado e incluso busca conversación. La encuentra en las adolescentes que se fotografían frente al arco de salida, monolito hinchable de una reconquista. Sus dorsales maltrechos y la respiración atropellada delatan que todas ellas retornan de la batalla; formaron parte del primer contingente. El deporte es medicina, les lanza el hombre a modo de tanteo. Aunque fuera enjaulado, trotando sobre una máquina cual hámster en su rueda, correr le sirvió a él para doblar el pulso al confinamiento, añade como ampliación de confesión mientras remata las labores de intendencia. Asienten las jóvenes, saben bien de lo que habla, pero aun así le privan de sus propias historias, apenas compartidas día tras día con el aire que golpea el rostro o el asfalto destemplado por la noche. Una combate a zancadas su depresión, vacía de expectativas tras concluir los estudios, enfrentada a la vida que no acierta a desbrozar. Otra halló fuerzas en el running para luchar contra el trastorno alimentario que la encerró en un hospital, y así el atletismo pasó de compinche en la fechoría de quemar calorías a aliado para superar el trauma. Las demás no arrastran cadenas, sólo actúan de manera preventiva, discípulas sin saberlo de Juvenal. Mens sana in corpore sano. Una dulce resaca todavía refresca el recuerdo de la emoción que media hora antes embargaba al grupo. La arenga de Joxe, el gran speaker, al grito de «estamos aquí». La voz de Freddie Mercury inyectando adrenalina con 'The show must go on'. El aplauso de acompañantes y atletas, que brincan y tensan músculos embravecidos como toros al sonar los clarines. Frente al tumulto, dispuesto con escuadra y cartabón para guardar las distancias, cinco kilómetros de viento, frío y nubes piadosas que contienen su llanto conducirán hasta la paradoja de una meta situada justo donde la dejaron hace más de un año. Quince meses de purgatorio resumido en dos eslóganes. 'Never stop running' se llamaba aquella prueba, 'Valencia vuelve a correr' se etiqueta esta; la realidad que no supimos ver frente al infierno del que al fin escapamos. El deshielo no podía llegar hasta que el ejército de pronadores y supinadores desfilara de nuevo. El regreso de las carreras populares es el de la vida misma. Ahora sí, hemos vuelto.
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