El perdón es, quizás, uno de los valores más profundos de la vida. Es la expresión máxima del amor. Estamos en una sociedad donde hay muchas relaciones banales, superficiales e intrascendentes, en la que parece que los acontecimientos se pueden manejar como triviales y olvidables. ... Sin embargo, la vida es seria. Sobre todo, el amor es serio. Y «pedir perdón» es el arte de ir al encuentro para que este -el amor- no se pierda. El mal que causamos deja en nosotros una mochila pesada, y el camino que descarga esa mochila pasa por pedir perdón: «Siento el dolor que te he causado». Para ello, hay que adquirir conciencia del daño ocasionado. Y no es solo un «lo siento», un beso, un abrazo o unas flores, sino que se trata de un recorrido más largo para el que perdona, pues el daño causado no se repara, y hay que esperar a que sane la herida, que se cura perdonando.
Herir a quien amas, fallar a quien se fía de ti, experimentar la vulnerabilidad, temer -o incluso saber- que no hay marcha atrás, que los gestos o las palabras o las acciones han desencadenado huracanes; ¿será un agravio sin salida? Si alguna vez le has fallado a quien quieres, sabes de qué hablo. Entonces, comprendes lo que es el dolor por las acciones, te das cuenta de lo humano que es el arrepentimiento. Hoy en día hay muchas personas que siempre se reafirman en sus seguridades, no se arrepienten de nada, no lamentan nada; pero, créeme, si alguna vez hieres a quien te importa, entonces entenderás la necesidad de perdón.
Por su parte, «perdonar» es un regalo que uno se hace a sí mismo, ya que permite dejar atrás el resentimiento, la amargura y la rabia, consecuencias de la ofensa. Y también es un regalo que se ofrece al otro.
El que perdona se convierte en una persona libre, que tiene un corazón libre, grande y lleno de amorSolamente perdonando y mirándonos desde la confianza es posible la verdadera convivencia
Perdonar -o no- a aquellos que nos hieren es una decisión personal, que forma parte de la vida cotidiana. El que perdona se convierte en una persona libre, que tiene un corazón libre, manso, grande y lleno de amor, porque sabe que el valor está en seguir amando a las personas aunque nos decepcionen. Resulta muy fácil querer a alguien cuando todo lo hace bien; sin embargo, solo amamos de verdad cuando lo hacemos a pesar de los errores del otro. Quien nos ama en nuestro peor momento es quien nos ama de verdad. Ese amor, además, es indestructible. Perdonar es decir: «Me has herido, pero mi amor por ti es más fuerte que el dolor».
Un paso más es perdonar a quien nos ha hecho daño y no nos pide perdón. Perdonar cuando nos piden perdón es difícil, pero lo podemos hacer; sin embargo, perdonar sin que nos pidan perdón ¡cómo cuesta!, sobre todo renunciar a la razón. Porque, cuando alguien nos causa dolor, lo mínimo que pedimos es que reconozca su mal y pida perdón. Pero, a pesar de ello, como decía, existe el perdón como expresión máxima del amor, por la cual, incluso aunque no nos pidan perdón, renunciamos a nuestras razones porque tenemos a esa persona en el corazón.
En cualquier caso: perdonar. En ocasiones, requiere poner distancia. Otras, basta con no tomar represalias cuando a lo mejor se podría. Y a veces, simplemente, consiste en mantener el daño o error en privado en lugar de proclamarlo a los cuatro vientos.
Sin embargo, hay motivos por los que la decepción y la consecuente desconfianza se alojan en nuestros corazones y nos empobrecen la vida. Pérdidas anidan en nuestra memoria, partes que queremos omitir, ausencias y silencios, que después pesan. ¿Acaso no es mejor celebrar los aciertos y aprender de los de los errores, sin perder la cuenta de lo que determinadas personas significan para nosotros y lo mucho que abandonamos al alejarlas de nuestro lado?
El acto de perdonar es una declaración de esperanza, que enmudece el rencor. Perdonar es devolver la confianza. Dado que convivimos con otros frágiles, solamente perdonando y mirándonos desde la confianza es posible la verdadera convivencia.
Perdonar es creer en la posibilidad de transformación, también la propia. Por lo tanto, es iniciar un nuevo presente. De vez en cuando, asombrosamente, todo empieza de nuevo. Hay que abrirse a las posibilidades que nos ofrece el hoy -la posibilidad de perdonar- y apostar por el futuro; nuevas oportunidades. Sin reproches. Sin celo ni recelo, porque cada día puede ser el último. Y es muy hermoso saber que a ese día uno llega cargado de nombres, abrazos, caricias, lecciones, éxitos, fracasos, errores, luchas, dudas... y también perdones, que van entretejiendo nuestra historia grande.
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