Veinte minutos de lectura que te dormían las piernas
UNA PICA EN FLANDES ·
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UNA PICA EN FLANDES ·
Tendré que ser yo quien ventile la verdad: en los retretes españoles se ha extinguido en la última década el equivalente a varias bibliotecas de Alejandría, una tragedia similar a la destrucción de la cultura grecorromana por las invasiones bárbaras. A ver, no digo que el trago haya sido físico, no sugiero que los libros se hayan ido por el sumidero, sino que hemos dejado de llevarlos con nosotros al cuarto de baño, que ya no son nuestros mejores amigos en esos concretos momentos de aislamiento. Desde que existen los móviles con pantalla táctil y las tabletas, ¿quién se hace acompañar por una novela, un ensayo o una revista cuando se arrellana en el trono para poner un huevo? Con la paz con que uno silabeaba poemas sentado ahí, en su clausura... El pensador del siglo XIX hacía fuerza con la barbilla apoyada sobre el puño, tal y como lo representó Rodin; el del XX se permitió el lujo de que el apretón le sorprendiera con el periódico desplegado y abierto por las páginas de deportes; ahora, plazca a los dioses que esta decadencia nos consuma rápidamente, lo normal es cruzarse por casa con alguien que busca su teléfono con ansia viva para entretenerse mientras se aligera. ¿Cuántos guasaps no nos llegarán directamente desde el inodoro?
En la mili se leía en la taza turca, doy fe de ello, incluso obras tan fuera de contexto como el 'Arte de amar' de Ovidio Nasón; tal era la incumbencia natural que se producía entre ir a plantar un pino y aprovechar esa soledad para cultivar el espíritu. En los bares, cuando pedías el diario lo normal era que el camarero fuera a buscártelo al servicio en que se lo dejaban los parroquianos estreñidos. Por no hablar del deleite de quienes para facilitar el tránsito intestinal se fumaban un pitillo rubio mientras ojeaban el 'Hola', el 'Diez Minutos' o el 'TP'. Debo mencionar que incluso se vendían estanterías para el baño donde dejar a salvo de salpicaduras los volúmenes preferidos para echar ese ratito diario de hundimiento del Titanic. Antes se leía mucho en el reservado, pero cuando llegaron los teléfonos inteligentes la gente se olvidó de los libros y aquella costumbre tan sensible de ilustrarse en el váter se perdió para siempre.
Viene esta nostalgia a cuento de la asquerosa campaña del Ayuntamiento de Valencia que recomienda por los mercados: 'Come bien, caga bien'. Te quita las ganas de comer y de comprar comida, por cierto. Hasta para las marranadas les falta categoría. ¿Quiere el alcalde ser un guarro? Pues que recomiende la vuelta de los libros al excusado, así al menos fomentará el hábito lector.
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