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«No te vemos casi»

EL ESTADO DE LA COMUNITAT ·

El mundo gira loco. Todos echan de menos que pases más tiempo con ellos. El tesoro es disfrutar hasta de unos segundos, como el instante en que tu hijo es por primera vez tu copiloto

Arturo Checa

Valencia

Sábado, 28 de enero 2023

Creo que es unas de las frases que más me dicen. «No te vemos casi». Acostumbra a pronunciarla mi familia, sobre todo mis hijos, deseosos ... de exprimir cada segundo contigo. Los abuelos, yo creo que en un intento de atraer un poco más a los amados nietos. La sueltan amigos y amigas, esos que apenas te ven una vez cada muchos meses. O los que lo hacen entre tercios y comidas furtivas, de esas que saben a muy poco. La vida gira rápida. Acelerada. Y cuando llega el fin de semana sólo tienes ganas de pulsar el botón de pausa. De reencontrarte contigo mismo. Con un libro. Con el simple placer de sentarte en una terraza y mirar a la gente pasar. De tumbarte en el viejo cauce y deleitarse con el mero hecho de no hacer nada. La nada como tesoro. Mirar las nubes moverle lentas, risueñas ante nuestros agobios y premuras. El viento mecer las hojas de los árboles. Si tuvieran ojos nos mirarían irónicos, divertidos por nuestros desvelos. Burlones ante el hecho de que nos importune el estrés de un día, de un mes, de un año, de toda una vida. «Nervios a mí, que soy centenario», dirían entre risas. Nos volvemos majaretas con nuestra vida, con nuestro mundo, con nuestros problemas. Una gota de agua en el océano de la existencia global. En la vida eterna de las montañas que rodean Valencia y que oteas cuando subes a la terraza. Ellas ya estaban cuando tú naciste. Ahí seguirán cuando te mueras (si no acaban poniendo otra línea de AVE que conecte, qué sé yo, Valencia con el Rincón de Ademuz). Y entonces no habrán importado tus problemas, tus agobios y todos aquellos asuntos en los que parecía irte la vida entera.

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Así que tendremos que empezar a relativizar. A volcarnos con nuestros retos diarios, claro. Pero disfrutando del tiempo. Más que los «no te vemos casi», merece la pena detener la vista del alma en «qué maravilla cuando nos vemos». La calidad del tiempo vivido con los que verdaderamente importan. Exprimir cada segundo con ellos. Emocionarse con cada escena, aunque parezca estúpida.

Mi hijo mayor (13 años) abrió por primera vez el otro día la puerta del copiloto del coche. «Ya voy mejor aquí». Y se sentó con gesto importante. Miro al horizonte seguro. Y a mí se me hinchó el corazón.

La otra mañana tocó basket con el abuelo Emiliano. Con el 'iaio' intentando emular a su tocayo Emiliano Rodríguez, un mito del baloncesto español en los 60. Lanzando (mi padre) ganchos, o un intento de ello, mientras lucía bufandas, mocasines y rebequita. Cada vez que mi hijo mayor encestaba una canasta limpia, él vibraba. Y yo volaba.

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Rayo, mi Jack Russell. Blanco, negro y canela. Cuando te mira con sus ojos de un tierno color miel, te cura todas las heridas del día. Cuando te da besos a lametones. Cuando sale corriendo a la puerta de casa con las orejas hacia atrás, mimoso. Segundos que dan vida.

Urbano. Así se llama el hombre (o así lo llamó la anciana que lo acompañaba) que la otra tarde leía Las Provincias en un bar de la Olivereta. Con síndrome de down. Sus ojos avispados pasaban de una columna a otra de cada noticia. Las leía de cabo a rabo. Lo observé durante al menos media hora. Mientras su boca recitaba en silencio el contenido de los reportajes. Instantes que hacen que valgan la pena los desvelos de cada día. Los «casi no te vemos» pican. Ojalá tiempo eterno con los seres queridos. Pero lo hermoso es cada segundo inhalado directamente con el alma. Alegría de vivir.

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