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Las sucursales bancarias se han convertido en lugares a los que podemos acudir a tomar un café, a disfrutar de una charla o un concierto o incluso a practicar un taller o una clase de yoga. Será más difícil, eso sí, que en ellas se ... pueda sacar o ingresar dinero, una diligencia que, por lo visto, se considera demasiado básica como para acometer en estos enclaves.

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En los últimos años en las ciudades han florecido las oficinas modernísimas en las que uno duda antes de entrar, porque no sabe con certeza si son o no delegaciones de bancos o cajas. Los espacios tradicionales han dado paso a otros con un diseño más vanguardista, con multitud de pantallas y sofás repartidos, que supongo buscan atraer a un cliente determinado y que espanta a otro, más mayor, que se siente desubicado y no encuentra allí lo que busca.

Las ventanillas bancarias han sido durante décadas un refugio seguro para un sector de la población, que se acercaba hasta ellas con la confianza necesaria para depositar allí sus ahorros y con la seguridad de que le iba a atender alguien que le resolvería los trámites que solicitasen.

En las actuales sucursales bancarias es más fácil tomar un café que ingresar o sacar dinero

Eso ya no es así. Ahora los asesores son virtuales, las ventanillas han sido sustituidas por emplazamientos ideados para el gaming e incluso para el coworking, conceptos que a personas con más edad en muchas ocasiones les resbalan y sobre todo no les facilitan las gestiones relacionadas con su economía. Ahora seguramente vayas a un sitio de estos con una cartilla y te la requisen para exhibirla en una vitrina como una reliquia.

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En Japón hay entidades que han remodelado sus antiguas sedes para transformarlas en vinotecas o guarderías, lo cual nos avanza los destinos que tomarán las pocas sucursales que todavía sobreviven a nuestro alrededor. Son pocas, muy pocas. Hay barrios que ni siquiera cuentan con una.

La digitalización de la banca ha propiciado este cambio. El hecho de que podamos realizar cualquier transacción desde el móvil a cualquier hora del día ha hecho que pisemos bastante menos estas oficinas. Hasta los cajeros se han vuelto obsoletos ahora que es posible pagar con nuestro teléfono en bares, supermercados o taxis.

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Así que todos hemos contribuido a esta resignificación de los bancos. Y se nos ha ido de las manos, porque no hemos tenido en cuenta las particularidades de un buen número de personas. Personas que toman café en sus máquinas Melitta cada mañana, a las que les cuesta pedir citas previas online con sus gestores y que se ofuscan ante un teclado.

Todos ellos -esos ellos algún día seremos nosotros- perciben como hostiles estos nuevos enclaves, por muy innovadores que nos parezcan. Porque el diseño, aunque nos atrape visualmente, muchas veces se utiliza para disuadir y despistar sobre la deshumanización que se ha aplicado a algunas localizaciones, antes cotidianas.

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