El verano era mucho más verano cuando sonaba una canción de Georgie Dann. Porque no es lo mismo cantar, ataviados con un bañador y con un pie en la piscina y un mojito en la mano, lo de qué ricos los chorizos parrilleros, qué ricas ... las salchichas a la brasa, qué buenas las chuletas de cordero, que hacerlo en nuestro sofá en un día de lluvia, arropados por la batamanta y con un resfriado encima de mil pares de narices. Todo entra mejor si el sol acompaña.
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Por eso en la época estival Georgie Dann contraatacaba, para pillarnos desprevenidos, con las defensas bajas y ganas de carnaval, carnaval. Y para que se lo perdonásemos todo. Porque al cantante francés le hemos disculpado durante siglos estribillos racistas -mami qué será lo que quiere el negro, preguntaba- y letras machistas -lo de que las chicas en verano ni guisan ni cocinan, porque se ponen como locas si prueban mi sardina hoy en día no habría aguantado una sentencia de Twitter-.
Y sin embargo esas canciones han nutrido durante décadas las bandas sonoras de las vacaciones de decenas de generaciones, han animado recónditas verbenas y han contribuido a borracheras históricas. Casi nadie recordamos ya la mayoría de ríos y afluentes que nos obligaron a estudiar en el colegio, o la lista de reyes y batallas campales con las que nos martilleaban en las clases de Historia. Nos cuesta retener títulos de libros y de películas, nombres de calles y de personas, números de teléfono y direcciones. Y, sin embargo, apenas suenan unos acordes de 'El chiringuito' nos arrancamos a cantar. Yo tengo un chiringuito a orilla de la playa, lo tengo muy bonito y espero que tú vayas. Y no hace falta justificar por qué conocemos esa letra, ya que no se entiende que haya alguien que jamás se haya contorneado con uno de los éxitos del artista. Tenemos muchos veranos a nuestras espaldas y eso lo explica todo.
Los veranos serán ahora peores. Nos costará más reconocerlos, porque no vendrá nadie a proponernos que bailemos el bimbó, que está causando sensación con esa melodía que te va derecho al corazón. Ni nos hablará de Macumba, que vive de amores prohibidos porque dice que son más divertidos.
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Se acabaron las fiestas alocadas, las noches sin fin, las discomóviles y las orquestas trasnochadas, que ahora siempre estarán de luto. En un mismo año, con apenas unos meses de diferencia, se han ido Dann y la Carrá, autores de himnos inimitables, de temas irremplazables, que cualquiera incluiría en una playlist desenfrenada. Se cerró el chiringuito, se acabó la cerveza, se murió la paloma blanca, se apagó el acordeón. Si ya tarareábamos con pena lo de que hay que venir al sur o que en el amor todo es empezar, esta ha sido la estocada final, la bofetada que nos faltaba. El verano ya no tiene quien le cante y, definitivamente, nunca será igual.
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