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Lo que de verdad importa

Antonio Badillo

Valencia

Jueves, 21 de febrero 2019, 07:16

Lo primero que me viene a la mente al pensar en ellos es aquella atmósfera. El pesimismo que envolvía todo. Desgarros tan íntimos como el miedo o la desesperanza son perceptibles por el resto de sentidos aunque se oculten a la vista. El tiempo ha borrado de mis recuerdos los trazos gruesos de su historia. Apenas queda la huella borrosa de una amenaza de desahucio, la chabola perdida en una calle cualquiera del Marítimo, la tenue luz que aún respondía a la llamada del interruptor gracias a un enganche ilegal al tendido eléctrico, la escalera destartalada entre el zaguán y la calle mugrienta, el matrimonio joven avejentado por la miseria abrazado a sus hijos en un sofá que ya ni lo parecía, y en medio de esa escena la libreta del periodista temprano que garabateaba frases y sensaciones atrapadas al vuelo, mimbres idóneos para uno de esos relatos que tan bien absorbe el papel. Son todas ellas reminiscencias inconexas que vagan por la frontera del olvido, pero esa manifestación descarnada de la pena, multisensorial, su olor intenso, áspera al tacto, negro invisible que enluta el espíritu, pervive fresca como si los ojos hundidos de sus portadores continuaran contemplándome varias décadas después. Imagino que la decepción no sabe de estratos sociales y aquella punzada de frustración, la impresión de deambular descalzo por las cunetas de la vida, no dista demasiado de lo que se siente en el hogar sin fármacos para el hijo con una enfermedad rara o el exilio del investigador desterrado por la precariedad laboral. En el comedor de Casa Caridad y en la cola del paro. Entre los 67.000 valencianos atrapados en la lista de espera quirúrgica o los 22.000 que aguardan sus ayudas a la dependencia. Ahora que engarzamos elecciones, además de Cataluña, la ultraderecha o el Superhumor de Sánchez háblennos de lo que importa. Amordazada la moderación, si quieren refugiarse en la confrontación hagan hueco en su arsenal para la política social y tírensela a la cabeza. Lo contrario será seguir dando pasos hacia la Edad Media.

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