La vulnerabilidad de las personas con discapacidad es una de esas verdades ocultas que estremecen. Apenas se habla. Uno no es consciente hasta que tropieza ... de bruces con la realidad, o lo intuye a través de esa realidad de segunda mano que son las noticias. Por eso, extraña, y a la vez no tanto, que una niña de dos años, con parálisis cerebral, pudiera sufrir abusos de manos de un fisioterapeuta. Fue en Torrent, pero lo de menos es dónde. Importan el cómo y el porqué.

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Mi madre cayó al suelo, víctima de un fuerte derrame cerebral, una tarde de marzo. Creía, incrédula, que me embromaba. Eran días de pánico y confinamiento. El número de fallecidos crecía día tras día y corrían rumores incesantes por los pasillos del hospital, casi siempre negros -el más tenebroso sobre la apertura de la planta a pacientes Covid-. En la primera habitación que nos asignaron, para críticos, no fuimos muy bien acogidas: una madre obsesionada con el virus, en permanente estado de pánico, esparcía lejía y sanytol a toda hora, sin duda sopesando la posibilidad de pulverizarnos también a nosotras. La hija, muy joven, se recuperaba afortunadamente a buen ritmo. Para evitar conflictos, adoptamos el estricto protocolo de limpieza y desinfección impuesto por la Madre Preocupada. Pero la desconfianza era extrema. Después de varias llamadas telefónicas -imposible no escuchar en un espacio tan reducido-, consiguió desalojarnos. En nuestro siguiente destino encontramos más comprensión. Eran también las ocupantes madre e hija, pero aquí termina el parecido. La hija, asiática de origen, no sólo no mejoraba, sino que parecía empeorar día a día: apenas podía moverse y, aunque intentaba comunicarse, no podía articular; al poco cayó en una especie de coma. Pasaba muchas horas sola: su madre dormía en el hospital, pero se ausentaba durante el día. Era imposible no compadecerse, no sentir como propia la impotencia que adivinaba en la Madre Trabajadora, a cargo de un ser profundamente vulnerable, sin recursos para protegerla, a merced de cualquiera. No sé qué ha sido de ellas. En el siguiente traslado les perdimos la pista.

La protección de los vulnerables -y más en casos de doble vulnerabilidad por la edad de los menores- debe ser infalible. No puede quedar comprometida su seguridad en ninguna circunstancia, en ningún caso a merced de decisiones o circunstancias personales. La confianza de unos padres en el especialista, el ángel caído, la imposibilidad de acompañar al enfermo o la depravación de alguien con acceso a la persona vulnerable no son la causa o causa única. Lo que falla es el sistema.

La depravación de alguien con acceso a la persona vulnerable no es la causa única. Lo que falla es el sistema

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