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Vergüenza, y mucha, la que dieron los jugadores y el entrenador en el partido contra el Getafe. Orgullo infinito por los más de 500 aficionados que viajaron hasta allí el pasado sábado y tuvieron que soportar el lamentable espectáculo ofrecido por el equipo. Desplazamiento que se convirtió, además, en el más masivo de lo que llevamos de temporada. No quería hablar de este partido porque ya se ha dicho todo y porque no me gusta hacer sangre de la herida. Pero es mucho lo que llevo dentro desde el sábado y lo tenía que soltar.
Son ya varios los partidos en los que la imagen del equipo preocupa. Son ya muchos partidos, desde la victoria ante el Barça, en los que al equipo se le ve sin rumbo, sin fuerza y sin alma. Volvemos a los tiempos en los que la salida de Marcelino provocó esa incertidumbre por la posible pérdida de la identidad que se había conseguido. Parecía que la llegada de Celades, con todas sus incógnitas, consiguió mantenerla. Pero esa sensación ha durado sólo unos meses. Ese equipo fuerte, a pesar del cansancio, que jugaba de memoria, que era solidario, que creía en la victoria y luchaba hasta el último aliento por conseguirla, hace tiempo que no lo vemos.
En Getafe no fuimos capaces de tirar ni una sola vez entre los dos palos, con Rodrigo y Maxi. Así no se gana. No sacamos ni un córner ni dimos más de cuatro pases seguidos. Así tampoco se gana. Pero lo peor no fue el mal juego, lo peor fue la sensación de impotencia que se le ve al equipo. Ese Kondogbia que nos fascinaba a todos por su fuerza, seguridad y personalidad en el campo, ahora va dando trotes intentado recuperar balones a la desesperada. Ese Rodrigo que muchos no queríamos que se fuese, parece que se ha ido. El Parejo que lo jugaba todo y, aún así, mantenía la frescura mental y futbolística está pidiendo a gritos descanso. El equipo ha perdido el norte. Y podíamos seguir así uno por uno. ¿Pero para qué? Algo está fallando y son los jugadores y el técnico los que tienen en sus botas y en sus cabezas la solución.
Quiero ser optimista, me cuesta, pero hay que serlo. Y cuesta todavía más si tenemos en cuenta los partidos que tenemos por delante, Atlético de Madrid, Atalanta y Real Sociedad. Empieza el camino el viernes en Mestalla. Y aquí pocos saben lo que es ganar. Así que rememos juntos porque una victoria nos devuelve la euforia, así somos.
Espero que el ridículo del otro día sea el último, y que los más de 2.000 valientes aficionados que van a ir a Milán no sean humillados por su equipo del alma. Porque ellos, como yo, siempre estamos, en las buenas y en las malas.
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