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Tengo el vicio de comprar libretas

UNA PICA EN FLANDES ·

Domingo, 5 de junio 2022, 00:34

La primera papelería a la que me dejaron ir sin que me acompañase la portera se llamaba Olegario y estaba en Conde Salvatierra, cuando esa era una calle de barrio y no la versión de bolsillo de la calle Serrano de Madrid en que se ha convertido. Ofrecía suelo de madera, sobriedad de ferretería y despacho con el usted y el mandil azul de la época. No sonaba una campanilla, tampoco había género expuesto, yo daba golpecitos con mis cinco duros contra el mostrador y entonces ya sí, de una salita interior de la que escapaban las voces de una radionovela salía un hombre con boina que mascullaba: «¿Se te ofrece, mante?» La diferencia entre mi padre y yo residía en que él usaba folios Galgo, a mi hermana Toyi le fascinaba mirar al trasluz su marca de agua y repasarla a boli, y yo libretas. Cuando sea mayor gastaré folios Galgo en vez de libretas, pensaba, los folios no son para pequeños. Pero no, me he hecho muy mayor y las libretas siguen siendo mi debilidad, mi delectación, mi compra compulsiva.

Cuando oigo eso de que del dicho al hecho va un trecho siempre pienso que, en mi caso, el «dicho» es comprarme una libreta y el «hecho» rellenarla. Desde aquellos veraneos eternos de Náquera, adquirí la costumbre de llevarme una libreta a las vacaciones, para dibujar y escribir. Y, también desde entonces, confieso que el bloc regresa de mis escapadas tan en blanco como se fue. Es más, en el colegio nos daban libretas de tapas amarillas para pasar a limpio matemáticas, latín o problemas de física, y otras para sucio, y yo hacía mis tareas directamente a limpio y acababa dejando vírgenes las de sucio. Ya ves, vírgenes las de sucio..., qué paradoja para un cristiano. ¿Hay algo más triste que una libreta a la que le arrancas todas las hojas, bien para hacer aviones, bien porque te las va pidiendo la prima que te gusta? En cada una de las libretas sin estrenar que amontono hay una buena intención frustrada, una novelita, un viaje, un bestiario..., sí, otro deseo al que no sé cómo hincarle el diente.

Si me quedo encerrado en una papelería que nadie me salve. Ahí querré vivir. Me alimentaré con los olores de la goma de borrar de nata y del pegamín. Pasaré las horas contemplando series de colores de plastilina, botecitos de témpera y rotuladores. Con cartulinas recortadas con tijeras sin punta me construiré la casa y creo que hasta sabré afeitarme con sacapuntas. Pero las libretas, ah, las libretas..., ellas serán mis liliputienses, mis comadres, mi harén. Tengo un millón de libretas en blanco porque he tenido un millón de sueños que no se han realizado. Todavía.

Si me quedo encerrado en una papelería que nadie me salve. Ahí querré vivir

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