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Vivimos rodeados de cifras, en un mundo 'dataficado' en el que los fenómenos se convierten en datos. Parece que, así, la realidad se hace más ... comprensible, abarcable y, sobre todo, medible. También deshumanizada, ajena: es más fácil digerir un dato que una imagen. Hay cifras periódicas, como las que reflejan los accidentes de tráfico, que escuchamos o leemos todos los años: «Más de mil quinientas personas perdieron la vida en accidentes de tráfico». Registramos la cifra y descartamos los rostros de la tragedia. Son casi las ocho de la tarde y animo a los estudiantes a examinar una fotografía, a buscar la belleza en el drama: «Parece que te toca el alma». Seguramente no podríamos resistir el peso de la imagen.
El dato es una abstracción útil, con base científica. Permite dar cierta cuenta de la realidad aunque, a la vez, nos aleja de ella. Es objetivo, pero manipulable: cambia de valor según los criterios que se emplean para extraerlo, manipularlo, seleccionarlo o mostrarlo. A efectos de 'dar cuenta', tiene la ventaja de que permite hablar en términos incuestionables de ganancia o pérdida, aumento o descenso, éxito o fracaso. Nos encantan las cifras; haces la cuenta y parece que, de alguna manera, ya has cumplido. La cifra maquilla y vende.
Otra cosa son las historias, lo cualitativo, el impacto del fenómeno en la vida de las personas: el trauma y la felicidad, las vidas que se rompen o se recuperan, el médico que te escucha, la funcionaria que se esfuerza para resolver el papeleo y dar una solución, el profesor que detecta un problema mental y sabe atender a un alumno vulnerable, los bomberos que apagan un incendio en una residencia de Moncada -dataficados de seguro en una estadística oficial-. Gente poco rentable quizá, en rojo en la columna del presupuesto.
Algunas cifras son escalofriantes: el ciberacoso, por ejemplo, se ha incrementado un 89% desde 2018 en los centros educativos según la Conselleria de Educación. No solo el ciberacoso. También se han incrementado las tentativas de suicidio y autolesiones entre adolescentes, víctimas de la pandemia en el terreno de la salud mental y emocional: tiene 16 años y ha sufrido tanto que ha perdido la fe. Nos suenan más otras cifras: las de pérdidas económicas o de las ayudas a los sectores productivos, de las reducciones o los incrementos fiscales, las de la factura de la luz o la subida de la cesta de la compra, la inflación, los tres mil empleos directos en juego de Volkswagen en Sagunto, el Barmar de Macrón o los 110 millones del desequilibrio transitorio de la situación financiera (la deuda) de la EMT.
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