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En la vida no hay más Reyes Magos que los papás

Las cartas que escribimos a Sus Majestades de Oriente son siempre cartas a Dios

ESTEBAN GONZÁLEZ PONS

Lunes, 6 de enero 2020, 08:25

Aquella noche, cada año lo mismo, mis padres se vestían, igual que entonces se vestían los matrimonios jóvenes para salir, y se iban al cine. En los años setenta no era habitual salir a cenar como no fuera un bocadillo en el bar Líbano antes de la película. «Cuando volvamos debéis estar dormidos», nos advertían. Y eran la tía Enriqueta o Montiel, la portera, quienes se ocupaban de que nos pusiéramos el pijama, nos metiéramos en la cama y pese a los nervios nos quedásemos dormidos. Supongo que mis padres, al regresar, comprobarían que la casa estaba en silencio antes de esparcir regalos y golosinas por los sofás, y que a continuación cerrarían el salón con llave. Recuerdo a mis padres guapísimos. Mi padre flaco, con tupé, americana jaspeada y un Chesterfield sin filtro siempre entre los dedos. Mi madre toda sonrisa de dientes blancos, collar de perlas igual de blancas, media melena morena con las puntas redondas y jersey de cuello vuelto a veces negro. Ellos eran los verdaderos Reyes Magos, nunca hubo otros.

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Doy por hecho que cualquiera que esté leyendo conservará idénticos recuerdos. Pese al enredo de nervios, ilusión y arrebato que nos poseía, mis hermanos y yo caíamos como troncos. Puede que ayudase el que por la tarde nos hubieran llevado al circo de los Hermanos Tonetti. Al día siguiente siempre estaba, cómo evitarlo, el «yo oí ruido de pasos por el pasillo», el «pues yo vi unas sombras por los cristales de la puerta de mi cuarto» o, incluso, el «pues a mí un rey vino a darme un besito a la cama». Ya se sabe qué rumor de papeles de envolver y conversaciones en voz baja se desprende cuando los padres, fingiendo ser Reyes Magos, se manejan con sueño y sigilo para construir el decorado que al día siguiente deslumbrará a sus hijos con la fantasía de que tres camellos se han bebido un cubo de agua junto a la mesa del comedor de casa. Pese a todo, hasta las ocho de la mañana no se despertaba mi hermano Rafa y tras él la tropilla.

Los levantábamos saltando en su cama. Mi padre no nos dejaba entrar en el salón hasta que se ponía su batín y mi madre hasta que no nos lo habíamos puesto nosotros. Cuando por fin abríamos como locos los paquetes y gritábamos: «¡Mira lo que me han traído!». Ellos confirmaban su acierto con un: «Es lo que pusiste en la carta, ¿no?». Las cartas que escribimos a Sus Majestades de Oriente son siempre cartas a Dios, que a esas alturas de la vida también es tus padres.

Hoy que la inmensa mayoría de los españoles está pidiendo a los Reyes Magos, ¿a quién si no?, que se lleven a los felones y nos dejen políticos de verdad, quiero acordarme de mis padres. Porque no es del todo cierto que los Reyes sean los papás, es más cierto que los papás son los únicos Reyes Magos que tenemos en la vida, pero de eso no te enteras hasta más tarde, hasta mucho después, justo cuando la magia se va.

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