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Como no tenemos bastante con Google, las redes wifi o el GPS, faltaba que el Instituto Nacional de Estadística (INE), al fin y al cabo el Gobierno, controlara nuestros movimientos. Sin avisar o, al menos, sin consultar. La entidad pública rastreará la señal de nuestros smartphones gracias a la información que le entregarán Movistar, Vodafone y Orange. Las tres operadoras de telefonía más potentes del país se repartirán medio millón de euros del erario por suministrar nuestros datos de posicionamiento. Hasta ahora los patrones sobre los desplazamientos para el censo de población se elaboraban con las encuestas de toda la vida pero esta fórmula piloto abre un nuevo horizonte para el estudio demográfico y de las innumerables ventanas que de él se derivan. Los implicados en el proyecto defienden que será un mapeo 'anonimizado' para los usuarios de manera que no se vulneraría la legalidad. Pero, si el recuento de un número concreto de terminales en un lugar, a una hora determinada, implica la monitorización de la ubicación de usuarios que no han solicitado participar en ese muestreo -como sí lo hacen cuando, por ejemplo, voluntariamente aceptan cookies y/o condiciones de una app casi sin leerlas- ¿no hay una sucinta intromisión en su intimidad? Desde el INE no justifican con argumentos sólidos la conveniencia del experimento en plena coyuntura de inestabilidad política y económica. Se limitan a recalcar «que se trata de una estadística sometida a la Ley de la Función Estadística Pública, que garantiza el secreto estadístico y que cumple con todos los requerimientos de la Ley de Protección de Datos». Sus explicaciones a través de un lacónico comunicado no inspiran demasiada confianza sobre el paradero final del ensayo. Todo es confidencial en aras de un bien público superior pero nadie se compromete a verificar ni lo primero ni lo segundo. Si desde el principio lo explicasen con luz y taquígrafos y no mediante una filtración probablemente no se dispararían tantas alarmas.

Hace tiempo asumimos que el Gran Hermano del Big Data nos vigila. La nube conoce los secretos de sus clientes como si los hubiera parido debido al valioso legado de su ruta online. Y ahora que Google asegura haber logrado la supremacía cuántica se atraviesa una barrera inédita. El ordenador que han diseñando, según aseveran, en unos tres minutos completa cálculos para los que la computadora tradicional más rápida del planeta actualmente tardaría 10.000 años. Un hito que transformará la inteligencia artificial en el futuro. Por ahora, en el presente, no todos se fían de los algoritmos. Los inspectores de Hacienda prefieren el método de pagar a quien se chive de un supuesto fraude fiscal. Dejando de lado la psicosis del espionaje, lo que sí que podrían hacer, hoy por hoy, las administraciones es utilizar el Big Data para configurar planes efectivos de prevención que eviten desgracias como la de la última DANA. Eso sí es urgente y buena falta hace.

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