Espero que no circule mucho, pero no soy vulcanólogo. De los volcanes no sé más que lo leído en los periódicos. Es verdad que a los siete años en mis dibujos de paisajes siempre ponía al menos uno de fondo con forma de termitero africano y lava pintada con rotulador rojo y pepitas negras, pero eso no me convirtió en aficionado al tema. Escucho lo que saben de volcanes otros que hablan en la radio o escriben novelas como yo y me siento acomplejado. Me da miedo que me echen de LAS PROVINCIAS por no tener ni pajolera de que una lengua de piedras incandescentes se llama 'colada' o de si las masas de lava llegarán al mar antes de solidificarse. Conque me he puesto a la tarea, pero no me viene más que un nudo en la garganta. Lo siento, me emocionan más las personas que los volcanes.
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España se divide hoy entre los vulcanólogos; los que siguen la erupción en internet igual que jubilados mirando obras apoyados en una valla móvil amarilla; los que en esto encuentran material para sus metáforas de autoayuda, «abre las chimeneas de tu corazón y libera tus gases tóxicos» y en ese plan; los negacionistas convencidos de que asistimos a un montaje extraterrestre para tapar lo del chip de las vacunas; los que temen que el grano en el culo en que consiste su vecino explote y se convierta en otro cráter ahí al lado; los que van en coche oficial a mirar un ratito, pero vuelven a cenar a casa; y aquellos a los que el dolor de la gente que lo pierde todo nos causa un respeto imponente y guardamos silencio. La erupción no sólo destruye barrios y cultivos, también cambia la superficie de la tierra, a quienes tenían una casa puede que no les quede ni el terreno. Hasta a los muertos del cementerio se los come la montaña de fuego. He visto a vivos matándose por salvar a esos muertos.
Y he visto a María José y Gabriel, mis hermanos de La Palma, morderse los puños como si fueran de queso asado y papas arrugadas para no llorar, y he escuchado en sus móviles a los amigos contando cómo un monstruo negro y almendrado aplastaba sus vidas, despacito, hoy aún no, mañana, como una condena a la horca que se cumple. Me jode el espectáculo mediático que se monta en torno a las calamidades. Con la Covid, Filomena o la gota fría ocurre lo mismo, los especialistas en contarlo y quienes lo sufren no se conocen entre sí. Las víctimas usadas por la tele para ensalzar la fiesta de la naturaleza desatada sufren un daño doblemente injusto. Del volcán cuenta la rabia, vergüenza y espanto con que el bicho lambucea las plataneras, lo que no sean lágrimas resulta sólo geografía.
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