Nunca el valencianismo estuvo tan vivo ni el Valencia CF tan muerto. La efervescencia literaria en torno al equipo, una avalancha de libros impulsada por la evocadora 'Balada del Bar Torino', es inédita en casi 102 años de recorrido de la entidad. El relato está. E ilumina el pasado y el futuro a la espera de acabar con la inanidad del presente. Conviene actuar cuanto antes, pero nadie sabe exactamente cómo. En primer lugar por la falta de un proyecto alternativo serio y, en segundo, porque la idea del dueño respecto al Valencia es un misterio. Esta batalla solo la libran los valencianistas. El 18 de marzo de 2019 el valencianismo se echó a la calle para volver a ser un niño con las banderas, los escudos y las leyendas de diferentes épocas. La alegría se derramaba por el asfalto. La Marcha Cívica, desde Mestalla hasta la plaza del Ayuntamiento, no dejó lugar a dudas: esa corriente de energía es una fuerza imparable, confirmada seis días después por el 'Partido de las Leyendas' de Mestalla, cénit sentimental de varias generaciones de hinchas, entrenadores y futbolistas. El valor de estos dos actos, del que se empaparon los jugadores y técnicos de la primera plantilla, forma parte de la conquista de la octava Copa del Rey del Valencia, dos meses después ante el Barça de Messi en esa tarde sevillana del Villamarín. El espíritu de los 100 años iba con ellos. Y Marcelino, derrotado en todos sus enfrentamientos anteriores contra los azulgrana, ganó el más importante. El músculo social, por tanto, ha llegado en plena forma a 2021 y así seguirá, un siglo más por lo menos. Frente al desprecio del señor Lim, la aparición de Juan Martín Queralt, emblema ilustrado del club antes de la forzada llegada de la Sociedad Anónima Deportiva (1990), resulta entrañable. Lo mismo las cuentas de los jóvenes de 'Libertad Valencia CF', censando acciones como si les fuera la vida en ello a fin de llegar al 5% de fiscalización de las cuentas de Singapur. De la misma manera los nostálgicos de Arturo Tuzón y la recuperación tras el descenso de 1986, 'El Espíritu del 86'. Sin embargo, nada de eso ha sido suficiente. Ni siquiera las amenazas del Ayuntamiento y de la Generalitat de retirar las prebendas urbanísticas al club con tal de espantar a los indeseables de Singapur. Lim solo entiende el color del dinero. El tejido financiero valencianista, si es que existe, debería estar preparado. La oposición al actual propietario necesita un respaldo económico y un liderazgo. Alguien con el arrojo y la ambición de Amadeo Salvo, pero justo al contrario: en vez de intimidar a los patronos de la Fundación y regalar el club, recuperarlo. El mayor problema no fue vender la entidad a Lim, sino no exigirle nada a cambio. Sin filtros ni contrapoderes a los caprichos de un magnate despechado, el alma de la sociedad queda pisoteada. La metáfora de la falla, todo el año levantándola para quemarla en un solo día, sigue siendo válida para la historia del Valencia. Después de periodos de crecimiento imparable vinieron otros de autodestrucción y abismo. Sucedió después de los éxitos de Ramos Costa a finales de los setenta y principios de los 80, esa delantera de Rep, Diarte y Kempes todavía me vuelve loco, años ensombrecidos por el desenlace del descenso. Y volvió a ocurrir en 2004, con la entrada del megalómano Juan Soler tras los años dorados de Pedro Cortés y Jaume Ortí paseándose por España y el continente. Esta vez, después de la proeza de Marcelino en el Villamarín, es mucho peor porque no hay nadie a quien pedirle cuentas. No se le pueden pedir al presidente, Anil Murthy, cuyas mentiras al entrenador, Javi Gracia, metieron al equipo en una dinámica delirante: un técnico obligado a sentarse en el banquillo con tal de no pagar una indemnización millonaria. Ante un técnico decepcionado y una plantilla abandonada y empobrecida, es emocionante ver el empeño de sus dos jóvenes capitanes, Gayà y Carlos Soler, por sacar el equipo a flote. Son los únicos en quienes de verdad se puede confiar.
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