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Volver es uno de los verbos que sensaciones más diversas sabe provocar. Mucho más que ir, marchar, incluso que huir, por radical que parezca. Porque volver implica regresar a lo que ya conoces, a donde ya has estado, a lo que ya has vivido. Y ... eso no siempre te asegura llegar hasta un lugar de confort.
Volvemos a camas, a bares, a estaciones, a ciudades. A familias, a mesas con manteles, a vistas desde ventanas, a dramas. Volvemos a libros, a canciones, a secuencias de películas que podríamos recitar de memoria. Volvemos a batallitas, a plazas de pueblos, a sombras bajo la higuera. A oficinas, a contraseñas olvidadas, a máquinas de café, a conversaciones sobre el tiempo, a plazas de garaje.
La vida consiste en acumular destinos a los que podrías volver. Y no para todos es necesario moverse demasiado ni despiertan las mismas ganas.
Septiembre es un mes que obliga a volver, pero no es el único, aunque bien es cierto que las vueltas según la época del año en que se emprendan adquieren un matiz u otro. Los retornos por inicio de curso no se asemejan a los de vacaciones o a los de plena Navidad, y no son necesariamente peores. A veces volver es una liberación.
Volver puede producir ansiedad, miedo, angustia. Todo junto o por separado. Porque no siempre es sencillo reencontrarse con la rutina, porque los retos no se presentan como motivadores, porque lo malo de las expectativas es que muchas veces no se cumplen, porque las excusas se acaban, porque la responsabilidad mal gestionada ahoga.
Volver causa vértigo, cuando no tienes más remedio, cuando no ha pasado demasiado tiempo, cuando no te encuentras preparado, cuando no han corrido los días suficientes para haberte recuperado. Porque, en ocasiones, para regresar es necesario un entrenamiento previo. Como el que se prepara durante meses para participar en una maratón.
Volver es posible que albergue una esperanza. De que algo haya cambiado, de que algo mejore, de que una promesa se cumpla, de que un plazo culmine, de que un milagro se obre. Nada de esto es factible si uno no vuelve.
Volver también puede servir de tabla de salvación. Hay abrazos a los que vuelves para recordar lo que es sentirse querido. Hay cocinas que vuelves a pisar para rememorar los sueños que perseguías. Hay amigos a los que vuelves para reconocer quién eres. Hay sermones a los que vuelves con el fin de que te ayuden a poner los pies en la tierra. Hay lugares a los que vuelves para no tener que volver a otros.
Volver, según donde, ilusiona. Hay vueltas que se hacen desear, porque las impiden cientos de kilómetros, y vueltas que se repiten y se celebran cada noche, cuando el día amenaza con acabar y tienes una llave en el bolsillo que abre puertas de sitios a los que quieres volver. Volvemos.
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