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A la lectura -al menos en mi caso y en mi casa- le han salido férreos competidores en los últimos años. Las series que copan las plataformas, las numerosas aplicaciones que se apilan en el móvil o las ventanas que se acumulan en el portátil con artículos pendientes de revisar se pelean por acaparar nuestra atención y es difícil no sucumbir a ellas mientras algunos libros aguardan en la mesita de noche o la estantería. Donde antes estaban ellos para distraernos, para llevarnos a otros mundos o para alejarnos de los nuestros, ahora surgen varias alternativas con una capacidad de atracción más eficaz.

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El acto de leer en no pocas ocasiones precisa de una ceremonia previa, para que sea lo más exitoso posible, para que nada lo amargue o boicotee. Hay que buscar el lugar apropiado -un buen sofá es el mejor embajador para recibir algunas historias-, es imprescindible contar con tiempo para dejarse llevar, pero sobre todo resulta aconsejable alejar tentaciones de hiperconectarse al mundo, que es lo que hacemos a todas horas, como si por no saber lo que está ocurriendo durante media hora fuésemos a enfermar.

La pandemia nos ha arrebatado trayectos en tren apropiados para entregarse a una novela

El otro día, después de muchos meses, volví a un aeropuerto, que ahora -al menos en el que yo estuve- es un lugar desangelado plagado de persianas echadas y de vuelos que no se anuncian. Mientras estaba en la sala de espera abrí un libro -decidí conocer a la Gema de Milena Busquets- y entonces me percaté de que la crisis sanitaria tampoco había ayudado a las lecturas. Porque la pandemia nos ha arrebatado muchos trayectos de larga duración en trenes y aviones que eran los más apropiados para entregarse a una novela. Cuántos relatos hemos devorado mientras acudíamos a un destino deseado o mientras aguardábamos para iniciar un viaje como si fuese la mejor antesala.

Escogí el de Busquets porque había escuchado cosas estupendas de él, pero también -lo confieso- porque no es largo. Últimamente influye la extensión para decantarme por una obra u otra. Así de básico me he quedado.

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Coincido con mi compañera Carmen Velasco en que se publica demasiado, en que quizá sobran libros, pero que nunca hay demasiados lectores. Y añado que nunca es tarde tampoco para volver a leer, para regresar a las lecturas, para redescubrir lo bien que sientan y lo felices que nos hacen.

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