Vuelve lo cursi

Valga este viaje por el diccionario como resumen del efecto que hoy me procura cada paseo donde te acaban endosando la frase fetiche de todo cursi: «Que tenga un buen día». Yo tiendo a agradecer ese benéfico deseo, pero al cabo de la caminata suelo huir de quien presumo que me va a propinar esa horterada, aunque del imperio yanqui hemos vertido tantas tonterías que esta cursilada es casi la más inocente. Hoy te desea que pases un buen día alguien en el supermercado, una voz en la gasolinera o la gentil plantilla de El Corte Inglés, planta por planta. Incluso un conductor de la EMT, siempre tan circunspectos, me regaló la frasecita. Eran las diez de la noche. Me conmovió tanto que llegué a casa muy concentrado en que las horas que restaban del día fueran mejor que buenas. Y fueron estupendas.

Sirva este paseo de experimento sociológico. Como la veta digital intoxica el mundo analógico, las redes sociales han colonizado la vida a mayor gloria de Paulo Coelho y los redactores de las galletas chinas de la suerte, inspiradoras del discurso dominante, que salta de la polítia a la calle. De Sánchez a Díaz: ese es el temible legado que dejó el cursi de Albert Rivera, a quien una vez le oí decir esta frase tan profunda: «Nada es imposible. Imposible es sólo una opinión». Evité desearle entonces que pasara un buen día. Era innecesario. Para los cursis, todos los días lo son.