
El ximoanuncio de las elecciones
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Va para doce años que a la Comunitat le falta un liderazgo político sólido, audaz y competente. Ya son tres legislaturas en barbechoXimo Puig actúa como los demás políticos; quiere ganar elecciones, mantenerse en el poder. Lo natural, nada que objetar, o sí, pero no es el caso que ocupa estas líneas. Más bien esta vez llama la atención cómo el actual inquilino del Palau confunde los intereses propios con los estados de ánimo colectivos. Puig a su estilo va cayendo en el pacocampismo, o sea en el envoltorio de la bandera y los destinos identitarios. Aquel lo hizo sobre los preceptos de cierta hidalguía de cristiano viejo y el señuelo de Jaime I. Y su sucesor de igual manera se supone el portador de otro misticismo, el del bon poble laborioso retratado por frai Fuster (ese santo que todo nacionalista guarda en su hornacina íntima). Camps acabó atrapado en su papel de mártir de la patria valenciana. Puig afortunadamente se contiene porque le falta una mayoría absoluta para soltarle las inhibiciones y precipitarse por la épica de la fantasía; esa suerte que tiene. Pero sólo desde el desapego palatino de la realidad cabe explicarse algo que carece de la mínima justificación racional: adelantar las elecciones autonómicas apenas dos meses antes de su plazo natural. Una pura frivolidad narcisista.
Los valencianos cuentan con muchos problemas, presentes y a la vista. Unos compartidos con los demás españoles y otros específicos. Va para doce años que a la Comunitat le falta una liderazgo político sólido, audaz y competente. Ya son tres legislaturas en barbecho, de ir saliendo del paso pero sin construir las bases de nuevas potencialidades. La última legislatura de Camps fue como la caída del imperio romano sin romanos. El mandato de Fabra pasó de largo con pena y sin gloria. El Consell del Botánico ha llevado a cabo su proyecto particular, que tiene poco de proyecto común. La desaceleración económica está a la vista. La Comunitat en cuanto el turismo afloja se pone a la cola del crecimiento; amenaza de pinchazo en la microburbuja inmobiliaria, diversos sectores paralizados por la ola proteccionista mundial, la Ford en terreno incierto y su sector industrial local con viabilidad cuestionada, la fiscalidad familiar y empresarial al alza por la alianza del sanchismo con los podemitas. En realidad, la economía valenciana padece una vulnerabilidad enorme, una prosperidad sólo aparente, fruto de la bonanza ininterrumpida del gran cosmos Mercadona y poco más, pero que en general no es extensible a los entornos ajenos a Juan Roig. Por lo que respecta a la administración pública basta un dato desolador; el conseller Soler ha falseado los ingresos con 2.500 millones inexistentes.
En el ámbito político autonómico, el mayor mérito de la legislatura ha consistido en sobrevivir, valga lo que valga ese logro. Llegar al final, a la meta. El bitripartito en efecto ha resultado bastante estable para sí mismo. Las polémicas nunca han rebasado un umbral sin retorno y si ahora lo hacen es por la lógica del inminente combate electoral. Carece de importancia. En términos concretos de gestión y resultados, mucha inanidad en la agenda de la Generalitat; poca ejecución presupuestaria, movimientos caóticos en Sanidad durante la etapa Montón y una ofensiva ideológica sin precedentes en el ámbito de la Educación con fuerte contestación social. El Consell se ha movido mejor en el terreno de los eslóganes. Llegaron al poder sobre el caballo de la corrupción del PP y el rescate a las personas y se asentaron después sobre otras dos milongas, el 'Madrid nos roba' y el 'renacimiento valenciano'.
¿Qué pasa entonces? Pues que ciertamente Ximo Puig se ha quedado sin discurso y sin agenda. Sin relato que dicen los cursis. El que llevaba entre manos hasta ahora ya no sirve; el renacimiento valenciano cansa como todo artificio manoseado y por lo visto Madrid desde que está Pedro Sánchez ya no nos roba. Sí, debió convocar elecciones anticipadas, por interés general, cuando la legislatura quedó quebrada o agotada. Lleva un año amagando con la posibilidad, más como deseo que otra cosa, porque nunca ha superado el vértigo que conlleva exponerse al desafío en solitario. Pero el último plazo razonable y racional para haberlo hecho es ese 2 de diciembre en el que los andaluces decidirán su futuro. Puig no se atrevió. Pero plantearlo para apenas dos meses antes de su plazo, con la excusa que sea, no se sostiene. Resulta del todo caprichoso en términos de responsabilidad pública, porque ninguna urgencia sobrevenida justifica un desmarque de última hora ajeno a las necesidades ciudadanas.
Otro ximoanuncio, según el feliz hallazgo conceptual de Antonio Estañ que tanta gracia provocó en Palacio. Un ximoanuncio que el entorno de Puig cree muy provechoso. Al parecer, unas elecciones autonómicas en solitario significaría alejarse de la contaminación de Pedro Sánchez, mostrar un discurso propio, sacar rentabilidad a la figura institucional del President, quitar a Oltra el tirón de la ciudad de Valencia y dejar desasistidos a los líderes regionales de PP y Ciudadanos. Pero esto mismo puede volverse del revés. Unas elecciones en solitario podrían favorecer a Bonig y Cantó con la presencia constante de Casado y Rivera, que no tendrían que repartir su tiempo con otras convocatorias; Compromís pondría todo su foco y recursos en catapultar a Mónica Oltra; verían a Pablo Iglesias hasta en la sopa; las polémicas sanitaria, educativa y procatalanista que tanto revuelo provocan estallarían con más luz e intensidad. Quizá Puig se vea con fuerzas de poder él solo con todo eso, pero luego está Alicante. Ay Alicante. Una convocatoria por separado supone desmovilizar el voto y favorecer la abstención en la cuarta provincia de España, en el territorio más hostil al bitripartito por sus invectivas a cuenta del agua, la educación y la lengua; un territorio que no tiene problemas con el modelo autonómico, sino con el Consell nacionalista. Y, por cierto, fuera cual fuera el resultado, el líder socialista acabaría con las manos atadas. En mayo, podría decidir entre sus socios actuales o bascular hacia Ciudadanos si otros barones o el mismísimo Pedro Sánchez dan el paso. El 3 de marzo, Puig no se separará del Botànic, ante el pánico a que las bases no lo comprendan y vuelvan a montarle manifestaciones en la puerta de la sede.
Plantear este microadelanto electoral en términos de oportunidad para hablar de nosotros mismos suena a narcisismo o truco ventajista. Las necesidades de la gente están bien lejos de todo eso y la calidad de ese debate identitario cabe suponerlo por anticipado porque no es que haya faltado estos años. Obedece sin lugar a dudas a mero cálculo partidista, que se intenta vender como el sueño místico del President, su anhelo, el remate o la guinda de una etapa purificadora. Como lo de Kennedy está ya muy trillado, vamos a otro icono (Martin Luther king: «yo tengo un sueño»). Bufff. No es más que palabrería, una mala copia, pornopropaganda. Así que, caricatura por caricatura, cabe recordar aquella vez en que Valle Inclán le soltó a Belmonte que aun siendo un torero magnífico, único, irrepetible, le faltaba algo, no sé, algo... hasta que terminó diciéndole, «lo que a usted le falta es morir en el ruedo». A ver si algún asesor del President, con tanto entusiasmo y tontería, va a conseguir eso, que muera en el ruedo de las urnas por un ataque de gallardía.
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