
Los yonquis no votan
PABLO ARNAU DOCTOR EN FILOSOFÍA. PROFESOR DE INSTITUTO
Sábado, 5 de octubre 2019, 10:52
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PABLO ARNAU DOCTOR EN FILOSOFÍA. PROFESOR DE INSTITUTO
Sábado, 5 de octubre 2019, 10:52
George W. Bush tuvo suerte. Su familia tenía dinero y puedo pagarle un centro de rehabilitación privado. Su carrera política comenzó ahí. El valenciano Juan Colomina, también la tuvo. Su familia podía pagar los 100.000 euros que costaba hace diez años el mejor centro de rehabilitación de España. También su historia comienza ahí, aunque por otros derroteros.
Juan Colomina fue compañero mío de pupitre en el bachillerato, y cuando nos reunimos para celebrar los 25 años aquel curso del 86-87 me sorprendió no verlo. Poco después me dijeron que Juan pasaba todos los sábados en la cárcel ayudando a un grupo de presos a rehabilitarse de su rehabilitarse de su adicción a las drogas.
Es abogado, MBA y un sinfín de cosas más que he leído en la página web de la ONG que dirige. Después de su rehabilitación, trabajó en ese centro de élite una temporada. Luego volvió a su Valencia natal y estudió un Master dedicado al Tratamiento y Prevención en Conductas adictivas. Desde hace diez años, dedica todo su tiempo a ayudar a los demás, a cualquier nivel. A todo aquel que se lo pide (normalmente padres preocupados por sus hijos), da conferencias de prevención, aconseja a formadores; está involucrado de una red de pisos tutelados para sacar de la calle a todo el que quiera salir de ese infierno. Ha creado una ONG, reconectaconductas.org, a través de la cual pretende ofrecer el mismo tratamiento que el recibió en el Centro en el que estuvo.
Porque en realidad, esas personas existen. Como antiguamente existían los leprosos. Pero no son noticia. Se consideran una lacra social, pero andan por nuestras ciudades como fantasmas cautivos de una enfermedad que a nadie le interesa. En parte, nos escudamos en que parte del dinero público se destina a ayudarles. Pero, como los excluidos de una leprosería, no son noticia. A los gobiernos locales y autónomos les interesa que pasen desapercibidos. Porque tienen un problema hasta cuando deciden poner una UCA. Los vecinos no quieren eso, como no quieren un narco-piso. En los dos casos la razón es la misma, o, por lo menos los medios enfocan el problema desde la misma perspectiva. No se habla de los que se lucran de ellos: el problema son ellos. Son como los antiguos leprosos: en los Unidades de Conductas Adictivas se les despacha la metadona y tranquimacines 50 para despejarlos a córner. Los centros de rehabilitación públicos tienen una larga lista de espera y créanme si les digo que no es el mejor sitio para rehabilitarse.
Pero el problema de las adicciones se convierte en un problema muy real cuando se trata de menores. Lo que Don Winslow definió como «el poder del perro», las mafias asociadas que se lucran de este tipo de miseria invisible para los medios, tienen en su objetivo a los jóvenes. Su vulnerabilidad está a la altura de los productos que lanzan al mercado, cada vez más adictivos, más baratos, más lacerantes para un cerebro en evolución. Y aquí es donde Juan Colomina dirige la mayor parte de sus esfuerzos. A pesar de todo, está harto de ir a los cementerios a despedirse de jóvenes para los que ha resultado muy difícil salir de esa locura, salvo quitándose la vida.
No lo escucharán en ningún telediario, pero los datos son escalofriantes. Ya sabemos que no interesa a las fuerzas públicas porque no votan y porque tienen una vida por delante no superior a los diez años. Pero si miran los informes de las administraciones destinados a la prevención en colegios, institutos, no les va a gustar mucho: sobre todo si son padres. Sobre todo, si supieran a qué mundo se enfrentan. La droga, el juego, las apuestas, nos dice Juan Colomina, no están a la distancia de un click. Está en la pantalla de su móvil.
No estamos preparados para ese tipo de ofensiva. Aunque reconectaconductas.org rescata, quiere llegar mucho antes. No quiere crear alarmas. Juan Colomina se mueve entre parroquias, asociaciones, fundaciones, cualquier espacio desde el que actuar. No se queja de la administración. No habla, por ejemplo, de que la nueva ley de inclusión pasa de puntillas por esta cuestión. No quiere decirle nada ni a los políticos ni a los medios, para los que una víctima de un tipo puede ser más importante que mil ocasionadas por dependencias demasiado tempranas. Él sólo quiere estar al lado de los excluidos también mediáticamente.
No sé por qué cuando varios amigos hemos vuelto a verle me ha recordado la película Diarios de una motocicleta (2004). Al final de la narración de ese pequeño fragmento de la vida del Che, en el momento en que van a celebrar el año nuevo todo el mundo se pregunta dónde está. Y, enseguida, se oye a alguien tirándose al río, y nadar hacia la isla donde están aislados los leprosos. Así desapareció Juan Colomina entre nosotros cuando decidimos tomar algo en una agradable terraza. Y me vino a la cabeza la canción de Jorge Drexler: «Creo que he visto una luz al otro lado del río. Pero sobre todo creo que no todo está perdido».
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